lunes, 2 de noviembre de 2015

A fuerza de recordarte he aprendido a olvidarte

He aprendido que el verdadero valor de una sonrisa consiste en sonreír por vicio, sin motivo, porque si, por pura necesidad.
Y me alimento de esas sonrisas quebradas y rotas que tienen un mar de tristeza donde puedes perderte para siempre si te atreves a adentrarte en ellas. Esas que le dan a tus pies un motivo para caminar.
Las colecciono aunque a veces me duelan en las costillas, en las entrañas, aunque se me cosan en las pestañas de forma luminosa y  empapen mis sueños y mis esperanzas con su incesante aguacero.
Porque de ellas nacen las mejores sensaciones, las mejores ideas, los días mas bellos. Brotan los mejores deseos.
He aprendido que ya no necesito tu seguridad apoyada en mi nuca, tu saliva hurgando mis hemisferios, tu ternura postiza como muleta para poder caminar.
Tu rostro fatigado ya no es lo único que miro cuando voy caminando hacia la nada en esta carrera que es la vida.
Ahora miro al horizonte.
Ahora ando descalza.
Porque nunca me gustaron tus botas y no las necesitabas para llegar a donde me encontraba y llenarme las yemas de los dedos de fango y de vida. Hacer saltar a mi corazón al vació.


De manera extraña y casual soy feliz. Con esa felicidad sincera que solo los corazones mas quebrados pueden atesorar.

Con esa felicidad fiera y indomable que te daba tanto miedo abrazar.

Esa que te rompe los huesos y luego te los vuelve a pegar.

La que encontrábamos en las paginas de todos esos escritores muertos que nos elevaban de la miseria de esta tierra y nos hacían levitar.