lunes, 11 de julio de 2016

Una de esas chicas








Yo tambien he sido una de esas chicas que se han subido al coche de un extraño.
Una de las que se han buscado en los gemidos de un perfecto desconocido un día cualquiera cambiando saliva y sudor por un calor momentáneo.
Esas cuya falta de ropa justifica la falta de sensibilidad y cuya mirada es un lanza llamas que aviva los pastos menos inflamables. De las que prefieren dormirse con la luz de la luna como único espejo.



Yo podría haber sido una de esas chicas que nunca llegan a casa. Para las que una simple mirada o contacto es sinónimo de agresión. Esas que mueren con su ser atragantado por un brutal y despiadado juez humano que hace a la vez de dios omnipotente y de depredador.
Podría haber sido una de esas chicas hecha todo rasguños y moratones, con su sexo sangrando de dolor y rabia, con el alma rota en mil pedazos.
Esas que alimentan el asfalto en las cunetas, únicas musas del silencio, condenadas por una sociedad enajenada.
Y se bien que los mismos que nos lloran con lagrimas de cocodrilo a veces tambien nos condenan, nos censuran, nos juzgan con su conciencia de segunda mano.
Y se muy bien que es necesario que en cada juego de manos halla una victima y un villano.
¿Pero que pasas si condenas una violación mientras llevas años justificándola?
Todos lloran a la pobre chica que inunda las noticias.
Aquel cordero inocente que tomo el autobús equivocado de vuelta a casa.
Nadie llora por las mujeres que se condena a muerte cada día solo por creerse capaces de ser sin necesidad de tener al lado a alguien que las aliente.
La diferencia es clara.
Tu lloras por ellas. Yo lloro junto a ellas.
Y escribo esta historia porque no podrían escribirla aunque quisieran.
Por que el mundo entero ha hecho que se les acaben las letras.
Y a veces me acuerdo de ellas y siento un nudo en la garganta.
De todas esas putas muertas. Tan tuyas y tan mías. Tan nuestras.
A las que el nacer se les resolvió como herida permanente.


Que no nos lloren mas con sus lagrimas de quita y pon. Que solo quieren vernos cuando llenamos de sangre y barbarie sus pulcras y decentes aceras.
Que nadie nos mire con aprehensión caer al vació porque piensen que hemos obtenido aquello que perseguíamos.
Las agresiones sexuales no se justifican con la falta de ropa o el exceso de ella. No son admisibles por un contacto visual o físico. No se sostienen por la sexualidad o la actitud de una persona.
Que nadie esta buscando que un grupo de seres desalmados se hundan en su ser hasta saciarse y le inyecten su bilis.
Que todos somos cómplices cuando pensamos y justificamos que aquellas pobres chicas se lo estaban buscando.

Y es que en el fondo casi todos somos culpables de haberlas matado.
Porque esos monstruos los ha criado gente común que se escandalizaba con la moralidad ajena.
Gente que pensaba que a partir de las cuatro de la mañana todo estaba permitido y que una decisión puede marcar o truncar el rumbo de una vida.
Que a esos violadores, a esos asesinos abyectos y sádicos los hemos parido y lanzado al mundo. Los hemos criado. Les hemos dado un beso de buenas noches y los hemos mandado fuera una noche. Esperando que se diviertan y que usen el cuerpo del otro para escribir la lección que tantos años les ha costado aprenderse.
Esa que con tanto ahincó se les ha mostrado.
Porque los monstruos de ahí fuera no existirían si no los hubiéramos alentado.
Porque tuvieron a alguien al lado que le dijo lo putas que eran esas chicas, lo poco que les importaba vivir. Lo mucho que merecían ser desterradas a ese mundo de olvido donde sobran motivos y faltan justificaciones.



Así que abrazadlos.
Algún día los mirareis con desprecio cuando nuestra sangre salpique vuestras camisas limpias, cuando os pintemos de rojo los costados.


Y nos recordareis como aquellas pobres chicas que siguieron el camino equivocado.

sábado, 9 de julio de 2016

Cuando no me ves






Traspaso paredes, quiebro los muros. Me convierto en aguacero torrencial que se filtra entre las grietas.
Escalo pendientes que amenazan con menguar mi fuerza solo por sentir el vértigo vibrando en cada poro de mi cuerpo.
Cuando no me ves convierto la carcajada en llanto y me sorprendo gritando palabras en hojas de papel que luego quemo.
No se porque. Tal vez me enamoro aquella primera combustión que incendio todas las verdades que creia conocer.
En el fondo siempre he sido esa niña que prendía fuego a las letras tristes por no tener que vomitarlas a la mañana siguiente y despertarse con su hedor.
Cuando no me ves soy eco de una voz mas fuerte. Hago de mi flaqueza una sombra que me persigue pero no me alcanza. Que no consigue exterminar mi fortaleza.

Despierto ciudades dormidas que bailan al son de mi palpitar, que se convierten en amantes que juegan a ver quien se consume antes.

Cuando no me ves brillo. Y me oscurezco.  Soy luz y tinieblas. Soy la cumbre de una plenitud.


Cuando no me ves vivimos en sueños de países extraños donde desenterramos el verbo amar.


Hacemos de la esperanza una trinchera y nos aferramos a simples destellos de genialidad.



Cuando no me ves soy tan fuerte que podría prender fuego a toda la basura que ahí en esta ciudad.


Me desmaterializo a cada calada de vida, emigro de mi piel y me convierto en otra cosa.

Engullo letras mudas que le toman la medida a tus silencios y se posan en tus ojos creando tormentas.

Cuando no me ves estoy un poco mas destrozada. Soy un poco mas autentica.
Me atrevo a jugar con mis tinieblas.


Cuando no me ves soy un cuadro de Hopper.
Sentada en el borde de la cama de una habitación de hotel. Con el tiempo balanceándose en mis pestañas. Mirando hacia un punto lejano del horizonte. Descargando estaciones en el barniz de la pared. Dejando que la luz que se filtra en las persianas juegue con mi piel.
Esperando que el sentir sea una de esas estaciones de aduanas donde otros bloqueen tu camino cuando vengas a doler.

lunes, 4 de julio de 2016

Un buen hombre






Por primera vez en su vida pertenecer al regimiento de infantería le hizo sentir  miserable.
No había escogido ese trabajo por las pocas ofertas laborales que le habían ofrecido ni por su precaria situación económica. El estaba hecho para ver a todos aquellos pobres diablos expirar bajo su mirar impasible.
Sus rezos de ultima hora , los gritos viscerales, las falsas palabras de afecto fingidas que le dirigían.
Le gustaba verlos quebrarse. Desmoronarse. Disfrutaba cuando se orinaban encima, cuando se desplomaban ante su indiferencia, cuando enloquecían ante su visión.
Mentía a todos sus conocidos diciendo que se vio obligado a tomar aquel empleo despiadado. Fingía cuando abrazaba a su mujer por la noche y le decía lo ruin que se sentía en algunas ocasiones.
Nunca se había sentido miserable. Cada vez que apuntaba el gatillo hacia aquellos hombres, mujeres y niños algo dentro de el crecía y se expandía. Su propia vida, su miseria personal, el hecho de vivir en aquel piso pequeño rodeado de ratas, la infelicidad que le producía haber sido emparejado con una desconocida a la que solo le unía una noche de deseo y aquel horrible bebe que no paraba de llorar . Todos los malos momentos de su vida se difuminaban ante aquel desfile de dolor y su propia tristeza parecía disminuir.
Lo había comprendido en secreto hace años cuando le deseaba el mal a los vecinos a los que saludaba sonriente. Cuando soñaba con que sus compañeros de clase tuvieran peores calificaciones que el. Cuando sus mejores amigos le contaban lo bien que se lo habían pasado el fin de semana y su único deseo era que vinieran acompañados de desdichas, de tragedias, de muerte.
Habia matado antes sin saberlo .Porque se puede matar de muchas maneras, a veces sin que sea necesario apretar el gatillo. A veces sin saberlo.
Con silencios y con miradas cargadas de afecto prefabricado. .Destrozando a esas personas en su mente. Las había despojado de la felicidad porque era un bien que nunca supo compartir.
Su tristeza solo era posible si el mundo entero era triste. Si lloraba con el.
No sabia como combatir la felicidad.
Todo fue bien hasta aquel día.
La chica tenia dieciséis años y era hija de un comunista. El y sus compañeros del peloton de fusilamiento siguieron el protocolo. Primero sus compañeros fusilaron a los pequeños de la familia. Dos niños de seis años. Estaban fuertemente agarrados a las manos de sus padres cuando se desplomaron en el suelo. La madre tambien callo sobre sus cuerpos como si ella hubiera recibido el impacto de las balas. Su cuerpo que siguió con vida durante unos segundos había expirado en aquel mismo segundo. Luego liquidaron al padre que miraba impasible hacia su verdugo, tal vez intentando buscar una emoción en su rostro que le permitiera empatizar con su sufrimiento.
La chica fue la ultima. Ese era su disparo en esta ocasión. Sabia que en su rostro podría leer todo el dolor de lo acontecido, que se contorsionaría en una espiral de locura y autodestrucción. Que la perdida y la ira se manifestarían en cada uno de sus gestos.
Pero no. Aquel cuerpo no respondía. Estaba rígido. La chica lo miraba fijamente pero no habia tristeza en sus facciones.
Una sonrisa gigantesca acompañaba su cara. Una mirada desafiante. Llego incluso a reir a carcajadas en aquellos momentos.
Debía estar loca. No lo comprendía. 
-Míralos- le dijo
-Míralos desgraciada, están todos muertos.
Pero ella no dejaba de reír y de sonreirle. 
Por primera vez en dieciséis años se le quebraba la paciencia. La mano le temblaba. Sus compañeros lo  miraban sorprendidos, intentando preguntarse que estaba pasando. Finalmente Sean que había disparado al padre liquido a la chica.

Aquella noche no pudo dormir. Su mujer le pregunto como había ido en el trabajo y por respuesta se encerró en en un cuarto en el que estuvo varios días. Cada vez que recordaba esa sonrisa sentía una sensación que le oprimía el pecho y le dejaba sin respiración.
El vencedor estaba vivo y debería regodearse en su buena fortuna.
Pero desde el momento en que la carcajada se disparo había sido una bala que se le incrusto en el alma.
Nunca en todos sus años de trabajo le había pasado algo así.
Aquella sonrisa era la victoria de todos los vencidos.
Porque la felicidad es un arma que los que nos quieren ver hundidos no entienden.
Porque la felicidad puede hacer a los que tienen egoísmo y deslealtad alojada en las entrañas desangrarse en un solo segundo.


Porque alguien había muerto pero aquel día el fue  el vencido.


El único vencido.