Traspaso paredes, quiebro los muros. Me convierto en aguacero torrencial que se filtra entre las grietas.
Escalo pendientes que amenazan con menguar mi fuerza solo por sentir el vértigo vibrando en cada poro de mi cuerpo.
Cuando no me ves convierto la carcajada en llanto y me sorprendo gritando palabras en hojas de papel que luego quemo.
No se porque. Tal vez me enamoro aquella primera combustión que incendio todas las verdades que creia conocer.
En el fondo siempre he sido esa niña que prendía fuego a las letras tristes por no tener que vomitarlas a la mañana siguiente y despertarse con su hedor.
Cuando no me ves soy eco de una voz mas fuerte. Hago de mi flaqueza una sombra que me persigue pero no me alcanza. Que no consigue exterminar mi fortaleza.
Despierto ciudades dormidas que bailan al son de mi palpitar, que se convierten en amantes que juegan a ver quien se consume antes.
Cuando no me ves brillo. Y me oscurezco. Soy luz y tinieblas. Soy la cumbre de una plenitud.
Cuando no me ves vivimos en sueños de países extraños donde desenterramos el verbo amar.
Hacemos de la esperanza una trinchera y nos aferramos a simples destellos de genialidad.
Cuando no me ves soy tan fuerte que podría prender fuego a toda la basura que ahí en esta ciudad.
Me desmaterializo a cada calada de vida, emigro de mi piel y me convierto en otra cosa.
Engullo letras mudas que le toman la medida a tus silencios y se posan en tus ojos creando tormentas.
Cuando no me ves estoy un poco mas destrozada. Soy un poco mas autentica.
Me atrevo a jugar con mis tinieblas.
Cuando no me ves soy un cuadro de Hopper.
Sentada en el borde de la cama de una habitación de hotel. Con el tiempo balanceándose en mis pestañas. Mirando hacia un punto lejano del horizonte. Descargando estaciones en el barniz de la pared. Dejando que la luz que se filtra en las persianas juegue con mi piel.
Esperando que el sentir sea una de esas estaciones de aduanas donde otros bloqueen tu camino cuando vengas a doler.
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