viernes, 24 de enero de 2014

Mi nombre








Le pregunto al camarero mi nombre mientras mezcla las bebidas y dice que las silabas se han quedado tan heladas como los cubitos de los vasos  y que no ahi forma de enlazar las palabras.
Me dice que lo busque en la calle. Entre la gente. Que entre a mas bares para conseguir la fuerza necesaria para  preguntárselo a la noche.
Yo lo busco en los rostros insignificantes de los demás, en sus silencios, en su manera reposada de entrelazar las manos o en su giro furioso en situaciones violentas.
Pero mi nombre no esta ni en sus ceniceros, ni en sus camisas, ni en el carmín desgastado que dejan en sus servilletas.
Tampoco esta en sus sonrisas ni en las lagrimas que esconden de los demás.
Y a veces, cuando la noche vence al día y me acuesto en mi cama, mi nombre aparece con un silencio desgarrador , mutilando a su paso todo lo que se cruza en su camino. Mi cordura también.
Y mi propio nombre se me anuda en la garganta. Como una promesa incumplida. Como una plegaria rota.
Se me anuda tan fuerte como un collar de perlas y me deja tan exhausta que la  total lucidez precede la falta de conocimiento.
Duele tanto como el hierro candente de los rosarios de los beatos y como sus sonrisas de suplica a lo desconocido.
Como el beso de todos los pecadores, que ha  correr de boca en boca pudriendo para poder dar vida.
Es un dogma que penetra en el fondo de mi garganta y me hace vomitar continentes que nunca pensé que tendría dentro.
Y en el fondo eso es lo que mas me aterra.
Mi nombre es ese desconocido que nunca se anuncia cuando toca la puerta. Irrumpe violando todas las reglas, todas las cortesías. Me deja deshecha pero no puedo hacer mas que esperarlo.
Y a veces me gustaría que alguien me mirara y pudiera darme otro nombre.
Cualquiera.
Seria como coger las maletas y desaparecer de imprevisto. Burlar al nombre. Burlar a la noche. Burlar al tiempo.
Abandonar la soga que su propia presencia impone.
Y su mera pronunciación seria tan dulce y tan leve como el crepitar de una hoja otoñal que abandona todo lo que cree  como su universo.

lunes, 20 de enero de 2014

Anomalia




Voy haciendo surcos a mi paso sin encontrar mas calma que la propia destrucción.
Me dejan completamente ensimismada los últimos de esas razas de insectos que se lanzan al vació en vez de elevarse al universo inexplorable.
Los contemplo durante minutos hundiéndose en gotas de agua que antes o después acabarían por herirles las alas.
No son unos suicidas. Son solo unos visionarios. Hay bravura y una destreza casi innata en su manera descerebrada de plantarle cara a la vida.
Tal vez existamos uno por mil, los defectuosos de cada raza. Los anómalos.
Los que solo encontramos la calma en la perdida de toda tranquilidad y confort.
A veces me reía de Turner. El que encontró su mayor inspiración artística en la recreación de los efectos atmosféricos. El que describía las tormentas mejor que nadie. Una anécdota particular contaba que su afán por experimentar los cambios atmosféricos para plasmarlos en su lienzo lo llevo a atarse a un mástil en una tormenta.
Tal vez mi mástil sea esta vida y tal vez encuentre en la confusión y en el caos la calma.
No soy feliz sino hay problemas a la vista. La dificultad, los renglones torcidos, los traspiés, son lo que mantienen mi temperamento activo.
Y ahora en cierto modo lo comprendo.
No se puede ahogar ni con toda el agua del mundo a los que arden por dentro con un fuego superior a cualquier tempestad.
Y aunque muchas veces me queme. Nadie es relevante sino lleva su historia tatuada en la espalda a modo de cicatrices.
La calma, eso a lo que llaman la calma, yo se lo reservo a los muertos.
Mientras mi cuerpo tenga un lugar al que precipitarse nunca se condenara a la eterna levedad del ser.
He intentado ser escéptica, hedonista, estoica.
Pero la única filosofía que la vida me proporciona es la del viento.
Luchar contra la levedad de la vida lanzándome a los confines de la mente. A los confines de este universo.