Cada mañana me despierto deseando que a mi corazón le salgan alas y huya volando por la ventana.
Y de paso se lleve con el a sus amigas la empatia y la conciencia.
Cada mañana deseo que se marchen esos malditos instrusos que me hacen diluviar cuando ni yo misma he visto aviso de tormenta.
Pero no se van.
No me abandonan los desgraciados.
Siguen atormentandome con su existencia.
Haciéndome perseguir constantemente algo que se que no existe.
Algo que en este mundo tan terriblemente humano no tiene ya sitio ni presencia.