Las 3 de la mañana es la hora perfecta para poder vomitar pesadillas. La hora en la que los cigarros saben a sueno incompleto y en la que los ancianos buscan al niño que una vez les habito por los callejones sombríos y oscuros.
Tengo ganas de follar y que duela.
Ganas de correrme en todo lo agradable, lo apacible, lo conocido.
Ganas de que el orgasmo sea a la vez soga y bendición.
Tengo ganas de poder transmigrar.
De perderme por un momento en este cosmos que es la vida y legarle a un noctambulo mi existencia con la misma destreza que Houdini.
Me inquieto por poder escapar de esta cárcel que es mi mente y vislumbrar las estrellas de otro firmamento que no sea el de mis sueños.
De huir de toda esta serie de recuerdos, vivencias, personas, y traspasar las barreras de esta ciudad fantasma que configura mi existencia.
Hoy quiero correrme en todos los te quiero y en todos los te odio que nunca dije y también en los que me reserva el destino.
Quiero que las musas y los demonios devoren mi cuerpo y ensucien mi mente mientras esta pequeña muerte me hace creerme un reputado escapista que puede atravesar montañas, océanos, llamaradas de sentimiento, con un solo parpadeo, con un desvanecimiento, en el crepitar de la saliva, con un suspiro.
Quiero dejarme llevar. Olvidarme de todas las guerras que libran día a día mi pasión y mi odio.
Hacer del rió, sequía.
Beberme el ultimo recuerdo mientras el barman me pide la cuenta y dejarlo para otro día
Mientras la respiración se acompasa y el corazón se oxida.