sábado, 19 de octubre de 2013

El inventor





se marcho de la ciudad con paso firme y sin mirar ni un solo segundo atrás.

El ser humano todavía era una creación inerte.
El inventor la había visto llorar.
Y había intentado calmar sus lagrimas con el abrazo de un ser amable que estuviera dotado de gracia divina.
Los había visto entregarse a los placeres de la carne y vestir con opulencia mientras el hambriento se refugiaba en su patio.
Y había intentado reducir su ansia y aumentar su altruismo.
Había visto como era presa de la envidia, del rencor, como cosechaba en sus manos la sangre de las victimas para transformarla en odio visceral.

El inventor había intentado que la humanidad se revistiera de una capa de pureza.
Y le había creado dioses y demonios para someterlos.

La cultura había sido la manzana que les había revelado el nuevo mundo.

Y cuando los propios pueblerinos que acudían a su consulta llenos de dolor; lo persiguieron extasiados con antorchas no vio otra salida que huir.


Sin embargo sabia que no seria el ultimo.

Que mas inventores llegarían y que el atractivo de la novedad haría a esas criaturas sucumbir ante ellos.

El ser humano era todavía demasiado débil.

Necesitaba que lo guiaran y estaba demasiado cansado como para hallar por si mismo el conocimiento.


Por mas manzanas que probara siempre necesitaría la aprobación ajena para darles un mordisco.


Por mas manzanas que probara el conocimiento era todavía  un fruto demasiado agrio y nefasto para su confortable paladar.



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