miércoles, 20 de noviembre de 2013

Vomito Verbal. Efímera resistencia. Consumir en altas dosis.




Quiero expresar tantas cosas con una sola palabra, que el tiempo se me anuda en la garganta como un pañuelo y me asfixia derritiendo el hielo que la escarcha y intentando agotar su frió.
Quiero expresar tantas cosas con una sola palabra que siento que la vida se me agota con un suspiro, que huye de mi y se esconde en los callejones sombríos y inhóspitos de esta ciudad de locos.
Uso ante todo la palabra como arma, como beso, como maleficio y como salvación.
Uso la palabra como bandera, como vestido, como refugio cuando anochece y todos los bares están cerrados.
Llevo la palabra tatuada en la piel como un estigma que se ha hecho de sangre y de tristeza.
La acuno como a un recién nacido y le susurro cosas en el oído para aplacar sus pesadillas que no son pocas.
Me habla de poetas que cobijaron una bala en su pecho por no encontrar placidez en el silencio de su prosa.
Muestra sus ojos cansados pero llenos de frenesí al caer bajo la fosa de nuestras memorias y convertirse en recuerdo doloroso y avergonzante.
No hemos sido pocos a los que el vomito verbal se nos ha presentado como única verdad absoluta, a los que el silencio aterrador de la noche nos ha hecho encontrar consuelo en la formación de sonetos.
Es nuestra manera representativa de plantarle cara al cinismo con el que algunos envuelven sus sonrisas y sus lagrimas.
El vencedor siempre esta solo y los pocos vencedores que hoy recuerdo han conseguido su gloria por medio de la mezquindad y la ruindez.
Su reino esta hecho de todos los placeres y los lujos pero han olvidado la palabra. La han prostituido.
Detesto a todas esas personas que se tildan de cautelosas y desean cautivar a todo el mundo. A todas esas personas que venden sus ideas al mejor postor y ponen en alquiler su alma por un fingido desahucio.
No pusieron la bala en el pecho de ninguno de aquellos poetas.
Pero contribuyeron a su asesinato.
Con indiferencia, en silencio, sin mirar directamente a sus ojos de sal y agua.
Con un gesto de conformismo y placidez inaudito y una sonrisa a medio pronunciar. Despacio, sin previo aviso.
Y viven sin comprender que han asesinado la poesía.
Por no sentirla en el cuello anudada como un rosario. Por no sentirla en el pecho como una rosa que florece en cualquier época del año.
Y no comprenden mi hastió y mi repugna. Mi gran apatía y desgana ante sus movimientos sigilosos.
Porque aunque mi corazón palpite cada segundo yo también yazco en esa fosa.
Y sus miradas despectivas y sus movimientos esquivos me lapidan.
Pero este es mi sitio y nadie me moverá nunca de aquí.
Y aunque mortal y dolorosa; la poesía es la única droga que quiero que me vaya arrancando la vida y este vomito verbal es lo único que me diferencia de esos oportunistas que ven la vida como una excusa ; nunca como una oportunidad necesaria.
Nunca como una ansiada lucha sin cuartel, una reivindicación ante la muerte y la propia vida.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Abandonamos el lujo del textil




y nos revestimos de la mentira.
Ante la ausencia de ética o moral, creamos un Dios para poder glorificar lo mas humano de lo que somos y luego buscamos en la ropa ajena esos restos de sangre tan nuestros; que debemos materializar en alguien para poder crearnos conceptos morales y admitir que existe un demonio  y un mal latente y determinado.
Nos gusta tener al enemigo bien señalado y analizado, diferenciarnos de el y distanciarnos de su aura de malicia pero todos somos culpables del mismo crimen con mayor o menor intensidad.
Buscamos nuestro yo en un laberinto en el que constantemente huimos del minotauro sin preguntarnos si una parte de si mismo no pertenece también a nosotros.
Sin preguntarnos si no es al fin y al cabo un hombre como nosotros.
Nos refugiamos en la ignorancia de un recóndito rincón de nuestra mente , evitándonos hacernos todas esas preguntas.
Evitando pensar que estaríamos dispuestos a hacer si un día nos despertáramos y descubriéramos que no somos quien creíamos ser.
Todos los dioses, las religiones, los partidos políticos, todos los discursos moralistas.
Todos esos son los verdaderos monstruos. El laberinto que permite que pasemos tiempo huyendo sin atrevernos a mirar al mal directamente a los ojos.
Y nos hemos confiado a todas esas mentiras con tal de no pensar por nosotros mismos y analizar la bondad y la maldad tan ingentes que poseemos y podemos materializar en un solo segundo.
Todas las personas son sótanos con secretos bajo llave confinados en cofres que esconden tras sus rosarios y sus plegarias implorando a su parte mas tierna que no se despierte el monstruo.
Yo no tengo miedo.
Y se que todo ser tiene una parte divina y demoníaca.
Se que soy el minotauro y no voy a perder mas tiempo buscando mi parte humana para devorarla.
Ni tampoco analizando todo lo deforme que me configura.
A diferencia del resto se que la maldad y la mentira se esconden bajo todos esos conceptos moralistas con los que nos quieren adoctrinar desde niños.
Y el mas malvado es el que necesita domesticar al monstruo que lo habita para poder leer toda esa serie de conceptos y creer en ellos.
El ser humano es solo una tapadera de la gran o deplorable persona que puede ser para este mundo.