sábado, 14 de febrero de 2015

Historia de un par de instantaneas





Siempre asocio su nacimiento a una gran catástrofe , aunque en aquellos primeros años tiernos y infantiles estuviera velada por la ignorancia y el desconocimiento.
Aquello le ocasionaba siempre habituales problemas de conducta que un día derivaron en la aparición del duende: personaje mágico de su primera infancia que personificaba toda la frustración que sentía al haber sido dique remolcado que para llegar a la orilla tenia que  enfrentarse  a varios navíos que llevaban años en el mar.
Su madre también sintió sobrevenir la catástrofe pero estaba tan acostumbrada a los cataclismos internos que lo soluciono con un poco de vodka y telebasura diaria.
El día que emprendían un viaje por el mediterráneo fue el elegido para conjurar todos aquellos fantasmas pasados de los que debía vestirse para dejar atrás la infancia y entrar en un territorio diferente.
Entonces supo con precisión cuando  vio a su padre tocar con cariño la mejilla de su tía que aquel gesto furtivo escondía un gran secreto, una mortaja ya velada que su propio nacimiento había encerrado en un ataúd.
Lo cierto es que cuando su voz atronadora proclamo la soberanía de la vida, un grito de pasión ahogada se hundió en un colchón que ya no encontraba pretexto ni modo para seguir abrasando el mundo bajo la lozanía de su cuerpo y los deseos insatisfechos de su alma.


De un modo anarquico había empezado su camino hacia la delincuencia. Llevaba la contraria a los profesores, atemorizaba a sus compañeros, a veces se ponía a gritar en mitad de la calle. Otras dejaba el gas abierto cuando salia de casa o la emprendía a golpes con las jaulas de colibrís de su vecino.
Un día llego incluso a llenar de excrementos recogidos en la cuadra los colchones de sus padres.
Era un niño imposible, temerario, hecho de una furia violenta que amenazaba con una llamada de atención constante.
O eso le habían dicho los múltiples psicólogos con los que había hablado a lo largo de su vida.
Era una llamada de atención paterna decía el diagnostico general pero el sabia que no, que aquello era mucho mas.
Y como aun no sabia definir la rabia que crecía en su interior, estrujándole los sentidos, culpaba al duende, aquel primer y único amigo que lo acompañaba en todas sus fechorías sirviendole como fiel compañero de cada etapa.
Un ser en el que podían descargar todos sus instintos de autodestrucción sin miedo a ser razonados todavía por la falta de certezas de su temprana mente.


Su padre sin embargo lo atribuía todo a una gran falta de disciplina pero parecían importarle bien poco sus problemas de conducta. Tan solo se conmovía contemplando el álbum de fotos familiar donde aquella chiquilla rubia y pecosa jugaba con su mano, trazando ya un destino fatal desde aquellos primeros planos familiares que tenían previsto narrar la historia de la familia.


El mismo hojeaba a veces el álbum pintando bigotes y cuernos en los trazos histéricos de sus antepasados, aquellos rostros escurridizos y siempre esperanzados que buscaban confesar  sus secretos mas oscuros a la cámara. Pero aunque lo desconociera una parte de si  mismo también observaba con nitidez pequeños detalles. Aquellos dos niños tostados por el sol  que jugaban en la arena, sintiendo ya la cercanía de sus infantiles y desconocidos cuerpos. Otra de toda la familia, los niños que se miraban distantes pero con ciertas sonrisas veladas. El noviazgo de sus padres que muestra una instantánea donde salen los cuatro. Sus tios y ellos, los ojos tiernos de antaño ya han aprendido a mirarse con agilidad y deseo. La boda de sus padres que muestra ya su primera instantánea propia que enumera el vientre abultado de su madre. Y su padre con la mirada cabizbaja, el deseo furibundo.
Nunca había visto la cara de un muerto pero la mirada de aquel hombre siempre se asocio para el con esa aparición letal que marca los cuerpos con el signo del olvido y del abandono de todos los placeres terrenales.



En aquel momento aun no podía determinarlo pero quería ayudar a su padre, salvarlo del destino fatal que se había trazado con su nacimiento, devolverle el brillo a aquellos ojos apagados. Por eso una noche se escurrió de entre las sabanas y se dirigió a su cuatro con unas tijeras metálicas. Colocado a horcajadas sobre aquel cuerpo vació y lejano  gritaba sin parar: ya estas muerto, ya estas muerto. Todo aquello mientras oscilaba las tijeras encima del vientre paterno haciéndolas mecerse sobre sus manecitas.



La pregunta había variado con el tiempo pero siempre era la misma: ¿Pensabas quitarle la vida a tu padre?


La respuesta aunque era siempre un rotundo y radical no, le había servido como pretexto para ser internado en aquel centro psiquiátrico.



No, no quería matar a su padre. Tan solo buscaba coserlo como había visto tantas veces en la televisión de mano de todos aquellos aclamados doctores. Quería coser en el de nuevo el amor, adherirlo con maña a su cuerpo.


Pasarían años hasta que comprendiera que el amor no es algo que puede cortarse y pegarse, que puede extraerse y luego colocarse a antojo en un cuerpo.





Su padre que se despidió del sueño y abrió unos grandes ojos llenos de temor y estupefacción tampoco lo comprendió.



La sonrisa estúpida de su rostro sin embargo siempre se archivo como la primera señal de su incipiente psicopatía.





De todos modos daba igual.
Basto aquel momento para convertir en monstruos a Oskar y su gran amigo el duende.
Bastarían muchísimos años mas para que aquellos mismos monstruos pudieran descubrirse ante los ojos de su creador para poder mirarlos por fin de un modo impasible reclamando la soberanía de un territorio que ya había sido trazado sin permiso, sin autorización, sin ningún tipo de piedad.

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