A los 30 años conoció a Eric. Era un hombre con un aspecto bastante común. De unos 40 años, con calvicie incipiente,fofo y bastante degradado por la edad. Eric había trabajado en un banco muy prestigioso hasta que hicieron recortes y fue despedido. Tenia una mujer y dos hijos. La mujer llevaba todo el matrimonio engañandole con su mejor amigo. Cuando lo descubrió pensó en divorciarse pero la costumbre o tal vez el amor se lo impidieron. Continuo con ella hasta que le abandono y se marcho de la casa. Al perder el trabajo por mas que lo intento le resulto imposible encontrar otro. La edad le imposibilitaba acceder a muchos puestos de trabajo donde solo buscaban jóvenes a los que poder explotar con contratos basura. Habia intentado en vano usar un crecepelo y algunas lociones de teletienda. Se había puesto ropa de su hijo para aparentar ser mas joven pero era rechazado en todos sitios. El engaño de su mujer y la imposibilidad de poder encontrar un empleo con el que recuperar su antigua estabilidad y pagar las facturas lo empujaron a la bebida. Habia pasado de ser un hombre que no toleraba beber ni siquiera en ocasiones especiales a tener la nevera repleta de whisky, ginebra y ron. Sus hijos se habían mudado de su casa mucho antes de que el matrimonio se fuera al garete. No solían visitarlo mucho, tenían sus propias vidas, familias y obligaciones.
Nunca había tenido suficiente tiempo para ellos y ahora el destino se lo decía de la peor manera posible.
Se había visto obligado a vivir en la calle por un desahucio. Claro, podría haber llamado a los hijos para instalarse con ellos pero le parecía que la vida ya se había reído lo suficiente de el y no toleraba sufrir otra desilusión mas.
Eric no conocía el barrio ni tampoco los diferentes grupos que residían allí. Todo estaba dividido en etnias y si te colabas en una de ellas estabas totalmente perdido. La cosa funcionaba así.
Le había inspirado mucha pena y ternura aquel hombre con mirada triste que se sentaba en un banco del parque y se ponía a silbar por las noches mientras apuraba su botella. Aun no sabia porque se acerco a el y le propuso compartir sus cartones y los restos de comida que le habían sobrado del comedor social.
Ese seria el principio de una serie de meses donde había empezado la relación mas estable de su vida.
Tal vez era solo un amor basado en la necesidad que tenían los dos de alejar la soledad de sus vidas , para ella el solo era un niño al que la vida había tratado muy injustamente. Y hiciera lo que hiciera se respaldaba en eso.
Porque Eric ya no era el hombre dulce de antes, las vicisitudes del destino y la sordidez de la realidad habían agriado su carácter. Era malhumorado, bastante gruñón, un poco huraño y frecuentaba la compañía de otras mujeres a diario. Ella creia que no era culpa suya. Habia aprendido que el amor consiste en eso. En traicionar al otro. Y por eso hacia la vista gorda. Sea como fuere siempre volvía a ella y a veces la sorprendía con gestos de bondad incomprensible. Un día cuando estaba enferma le había dicho que hacia años que no comía naranjas y le había recordado como en su infancia antes de perder la razón, su madre siempre les hacia a ella y a su hermana zumos con un exprimidor.
Entonces el había desaparecido y había vuelto semanas después con una bolsa de naranjas y un exprimidor. Nunca supo como lo consiguió. Venia con todo el cuerpo lleno de rasguños y magulladuras pero con una sonrisa radiante en la cara.
Pero un día Eric enfermo, era una simple pulmonía pero no tenia suficiente dinero para comprar medicamentos. Mientras lo cuidaba habían ocupado el supermercado donde siempre solía pedir y había perdido un sustento diario que si bien era poco le podría haber permitido ahorrar. Hacia semanas que no comía y lo poco que conseguía lo iba guardando para sus medicinas. Habia comenzado a acudir a la iglesia pero el gran numero de personas que necesitaba ayuda era desbordante y siempre la pasaban a una lista de espera interminable. Era ya demasiado mayor como para ganar dinero usando su cuerpo como mercancía con la que obtener alguna ganancia. Mientras otras tenían la piel suave y firme la suya estaba llena de arrugas y de interminables surcos.
Parecía mentira pero llevaba ya tantos años viviendo con Eric. Habían envejecido juntos.
Una mañana descubrió que había muerto. Su cuerpo cálido y cercano ahora estaba frió y inerte.
Este hecho la hizo enloquecer sin remedio.
Su pena la ahogaba y la desangraba. Habia perdido a la persona con la que creia que iba a compartir toda su vida. En la calle sonaban las campanas y se oía música de semana santa.
Recordaba que su madre solía decirle que la virgen cumple milagros si te entregas a ella en cuerpo y alma y ella misma habia sido testigo de como las multitudes acudían a pedirle que obrara sus milagros. En su locura había ideado algo aun mejor que acudir a aquel desfile. Iba a sustituir al pequeño cuerpo de madera de la virgen y desde aquella posición seria alabada, amada y bendecida por la bondad de las personas. Obrarían el milagro de devolverle a Eric la vida.
Se colo en la iglesia y se puso el traje y las joyas de la estatuilla. Estuvo toda la noche allí, sentada sobre ese trono de madera.
Cuando llego la hora de la procesión le pareció increíble que aquellas personas no se dieran cuenta de que una anciana demacrada había ocupado el sitio de su santidad.
La elevaron por los aires con pasos fúnebres. La gente se arrojaba sobre ella por la calle y besaba sus pies llenos de roña y suciedad, enjuagaban su carne con lagrimas y alaridos.
Le parecía increíble que todas aquellas personas no tuvieran ni idea de que era lo que sostenian sobre sus espaldas, por quien realmente rezaban.
Pero como suele ocurrir; el peso de la verdad y el de los que sufren quiebra cualquier espalda y los costaleros empezaron a experimentar un dolor inhumano en las suyas. La madera crujio y sin previo aviso su cuerpo fue arrojado al suelo bañando de sangre la calzada.
No se dieron cuenta de eso tampoco.
Solo se preguntaron por su santidad, aquella muñeca de madera con la que llevaban ensayando tanto tiempo sus pasos.