Yo tambien he sido una de esas chicas que se han subido al coche de un extraño.
Una de las que se han buscado en los gemidos de un perfecto desconocido un día cualquiera cambiando saliva y sudor por un calor momentáneo.
Esas cuya falta de ropa justifica la falta de sensibilidad y cuya mirada es un lanza llamas que aviva los pastos menos inflamables. De las que prefieren dormirse con la luz de la luna como único espejo.
Yo podría haber sido una de esas chicas que nunca llegan a casa. Para las que una simple mirada o contacto es sinónimo de agresión. Esas que mueren con su ser atragantado por un brutal y despiadado juez humano que hace a la vez de dios omnipotente y de depredador.
Podría haber sido una de esas chicas hecha todo rasguños y moratones, con su sexo sangrando de dolor y rabia, con el alma rota en mil pedazos.
Esas que alimentan el asfalto en las cunetas, únicas musas del silencio, condenadas por una sociedad enajenada.
Y se bien que los mismos que nos lloran con lagrimas de cocodrilo a veces tambien nos condenan, nos censuran, nos juzgan con su conciencia de segunda mano.
Y se muy bien que es necesario que en cada juego de manos halla una victima y un villano.
¿Pero que pasas si condenas una violación mientras llevas años justificándola?
Todos lloran a la pobre chica que inunda las noticias.
Aquel cordero inocente que tomo el autobús equivocado de vuelta a casa.
Nadie llora por las mujeres que se condena a muerte cada día solo por creerse capaces de ser sin necesidad de tener al lado a alguien que las aliente.
La diferencia es clara.
Tu lloras por ellas. Yo lloro junto a ellas.
Y escribo esta historia porque no podrían escribirla aunque quisieran.
Por que el mundo entero ha hecho que se les acaben las letras.
Y a veces me acuerdo de ellas y siento un nudo en la garganta.
De todas esas putas muertas. Tan tuyas y tan mías. Tan nuestras.
A las que el nacer se les resolvió como herida permanente.
Que no nos lloren mas con sus lagrimas de quita y pon. Que solo quieren vernos cuando llenamos de sangre y barbarie sus pulcras y decentes aceras.
Que nadie nos mire con aprehensión caer al vació porque piensen que hemos obtenido aquello que perseguíamos.
Las agresiones sexuales no se justifican con la falta de ropa o el exceso de ella. No son admisibles por un contacto visual o físico. No se sostienen por la sexualidad o la actitud de una persona.
Que nadie esta buscando que un grupo de seres desalmados se hundan en su ser hasta saciarse y le inyecten su bilis.
Que todos somos cómplices cuando pensamos y justificamos que aquellas pobres chicas se lo estaban buscando.
Y es que en el fondo casi todos somos culpables de haberlas matado.
Porque esos monstruos los ha criado gente común que se escandalizaba con la moralidad ajena.
Gente que pensaba que a partir de las cuatro de la mañana todo estaba permitido y que una decisión puede marcar o truncar el rumbo de una vida.
Que a esos violadores, a esos asesinos abyectos y sádicos los hemos parido y lanzado al mundo. Los hemos criado. Les hemos dado un beso de buenas noches y los hemos mandado fuera una noche. Esperando que se diviertan y que usen el cuerpo del otro para escribir la lección que tantos años les ha costado aprenderse.
Esa que con tanto ahincó se les ha mostrado.
Porque los monstruos de ahí fuera no existirían si no los hubiéramos alentado.
Porque tuvieron a alguien al lado que le dijo lo putas que eran esas chicas, lo poco que les importaba vivir. Lo mucho que merecían ser desterradas a ese mundo de olvido donde sobran motivos y faltan justificaciones.
Así que abrazadlos.
Algún día los mirareis con desprecio cuando nuestra sangre salpique vuestras camisas limpias, cuando os pintemos de rojo los costados.
Y nos recordareis como aquellas pobres chicas que siguieron el camino equivocado.