miércoles, 12 de octubre de 2016

Enferma.




El medico la había examinado por tercera vez palpando cada hueco vació de su cuerpo, buscando hallar la causa del problema.
La había dejado marchar de nuevo con el tedio pegado a las uñas, con aquel sobresalto absurdo de histeria.
Ni ella misma entendía por que a veces se le humedecían los ojos y sus pestañas se convertían en puertas que dejaban salir a extraños que se le presentaban por la calle y que hablaban sin parar, sin necesidad de encontrar respuestas.Ni ella misma comprendía la alta presión que a veces bombeaba su existencia.

No paraba de quejarse de aquel cosquilleo intermitente que ascendía por sus muñecas. Era como el avance de algún ejercito que buscara abrirse paso a través de su carne. Era como el sonido de las cadenas de presos que han descubierto que la libertad esta cerca.

Y el hombre le tomaba el pulso y lo encontraba todo normal. Investigaba huellas extrañas en sus pulgares. Insistía en que no había nada de lo que sospechar. La atiborraba de medicina que cubría sus noches de insomnio de tinieblas.

Y un día por fin lo descubrió. Ocurrió sin mas.
Descubrió que no tenia sangre en las venas.
Que aquella marca azul e imprecisa en realidad era tinta que reventaba a fuerza de palpitar.
Que sangraba y se abría en versos. En laberintos de palabras sin salida donde refugiarse del hastió.
Descubrió que vivía escondida allí entre toda aquella capa de piel que buscaba protegerla de la fiesta que es vivir sin ser invitado.
Y se lo contó a las paredes. Uso su grito como cuchillo para cortar el aire pero nadie pareció oírla.
Hablaba pero no salían sonidos de su boca. Hablaba pero un idioma que nadie conocía, que de puro existir se había convertido en oxigeno que la alimentaba.
Y nadie lo entendía pero la calle estaba llena de todos sus hijos bastardos.
Aquellos que había abortado antes de salvar del tedio. Los que se habían evaporado de un futuro inexistente y predecible.
Ocurría que a veces los encontraba. En un par de ojos que la miraban creyendo escrutarla, averiguar el extraño mecanismo que la hacia seguir en pie girando y girando en una danza mal ejecutada.



Y aquel día sangro. Sangro como nunca. Se hicieron ríos y ríos de tinta negra y espesa.


Una ingente y pesada capa de tinta rodeo a aquel hombre que se desmorono sobre sus propios pies.


Al final solo era de cartón. Habia crecido tanto que ya no recordaba a su propia madre.



Ya no recordaba como le había arañado sin cesar las muñecas reclamando independencia en una tierra dominada por la inconsciencia.


Y por que no. Hasta ellos merecían una bocanada de existencia de aquel aire que a ella a veces la ahogaba.



Eran los hijos malditos de una tierra que no los necesitaba pero que vivía a sus expensas.




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