martes, 26 de septiembre de 2017
Tatuajes permanentes...
No se cuando mi piel se convirtió en la corteza de un árbol donde dejan firmas, iniciales y poemas de amor los extraños.
Donde algunos buscan encontrarse y otros perderse para siempre.
No se cuando me hice tan resistente como la madera o si ha sido la tierra lo que ha convertido mis movimientos en algo inmutable que echa raíces para expandirse mas allá de este suelo que pisamos con desdén.
Pero tengo mis propias marcas. De nacimiento y de muerte. Todos los golpes que la vida me ha asestado con la sonrisa de la brutalidad y la indiferencia de lo cotidiano. Todas esas veces donde levantarse tras la caída se convirtió en palabra que desembocaba de forma irremediable en poesía.
Sea como sea me encanta encontrar esas marcas invisibles en los demás. Llamaradas de espanto o de esperanza. Signos permanentes de una mente que lucha contra la corriente demoledora del día a día.
Me gustan los tatuajes que están debajo de la piel. Los que esconden lo aparente de lo predecible.
Aquellos donde se leen las heridas y los golpes que maquillamos de los extraños con recelo bajo una capa simulada de vida.
Esos que estan hechos de la tinta de la saliva, el sudor y las lagrimas.
Me gustan los tatuajes que están cosidos a la columna vertebral de las personas y los impulsan a lanzarse al vació o retroceder varios metros ante una caricia.
Me gustan los que todavía hacen que las manos de los demás sean ese diccionario que encuentra la definición a una palabra que no creían que existiera y que los define.
Porque siempre fui parte de esa melodía que no necesitaba mas acompañamiento que una respiración que se alza desafiante ante lo injusto de una humanidad dormida.
Y es que mi piel no es mas que ese glosario donde están ordenadas alfabéticamente cien maneras de plantarle cara al que prefiere la promesa de la huida al florecer de un sentimiento que nunca se marchita.
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