miércoles, 9 de enero de 2013

La lluvia caía violenta y golpeaba los cristales






Se habían citado en aquel café con una antelación de apenas un par de días.
A el le sorprendió que ella quisiera verlo debido a la relación tan escasa que tenían  no mas que unos breves comentarios sobre cosas banales y un par de sonrisas inciertas.

Jugaron un rato a mirarse sin verse porque ver al otro de veras siempre había sido una asignatura pendiente para ambos.

Sonrió llenando sus hoyuelos de atractivo y entonces percibió en el una mezcla inconfundible de cinismo y crueldad que le parecieron irresistibles.

Las manos de aquel hombre eran violentas , rudas y  totalmente faltas de delicadeza.
Estaban curtidas por el desamparo de la falta de caricias y solo sabían confrontar con otras.
Lo supo por la forma en la que sujetaba el cigarrillo y se alisaba el pelo.Por la forma en la que movía con desprecio los dedos para llamar a la camarera.

Lo hacia todo con un infinito desprecio incluso hablar le parecía algo cargado de violencia.
Escupía las palabras. Las vomitaba sobre la mesa como si siempre le hubieran parecido la cosa mas repugnante del mundo. Como si las palabras en efecto fueran la mejor y mas preciada forma de herir.
Pero heria de una manera diferente al resto de las personas. De una manera honesta y franca, casi sincera.
No heria como suelen herir los amantes normales que juegan con las palabras como niños solo por el placer de atreverse a ponerlas en su boca aun con el riesgo de cicatrizar la piel con la saliva.

Heria con la intensidad de teñir el vocabulario de aquel realismo grisáceo del que al final se acababan tiñendo las camas, las puertas, las fotos y las agendas.


Tal vez por eso decidió pasar la noche con el.

Aquella falta de ternura, de calidez, de preocupación e interés por el bienestar del otro.
Aquel cinismo déspota que había erigido una torre en el placer destruyendo al sentimiento.

Enconntró en sus embestidas el beso mas dulce, la mas tierna caricia  y el discurso mas emotivo.

Aquellas manos que arañaban con las caricias y que no sabían atravesar la piel le parecieron la forma de herir mas inocente.


Porque en el fondo siempre le habían enseñado que amar era eso.


Herir al otro de manera violenta. Dejar huella sin necesidad de enmarcar un recuerdo memorable.
Atravesar la piel,la carne , el alma con furia, pasión y deshinibicion.

Y allí entre sus brazos que nunca habían servido para abrazar el futuro, encontró el mejor presente.





El placer siempre le pareció la mejor guarida para esconder sus miedos.

Porque al fin y al cabo era el placer propio y personal lo que hacia cada mañana levantarse a sus semejantes.








1 comentario:

  1. A veces nos gusta que alguien nos trate con rudeza, cuando estamos hartos de que las caricias suaves sean falsas, abran heridas en la piel...

    Muy bonito, señorita.

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