domingo, 2 de junio de 2013
El maestro se acostaba cada noche
con aquellas jóvenes que aceptaban ser sus aprendizas por un tiempo.
Todas llevaban la ingenuidad plegada en la cara como si fuera una arruga que todavía no se había formado.
Su degradante juventud era un insulto para muchos que señalaban con el dedo aquellas practicas impúdicas y indecentes.
Llevaba muchos años al servicio de aquel hombre malhumorado y fanfarrón que tenia ataques de cólera momentáneos y que dependía completamente de la luz del sol para encontrar inspiración en cada cuadro.
Todas llegaban a la casa con aires de femme fatale y asumían su rol de musa distante y enigmática sin rechistar, con la inquebrantable fe de encontrar en aquellos encuentros esporádicos su deseo de saltar al estrellato.
Ella era otra mas de esas muchachas pero había un halo de entereza en su mirada.
A diferencia de las otras sabia que aquel trabajo solo podía ser desempeñado por una ilusa pero lo asumía ceñuda y altiva.
Desde que llego a la casa no había parado de mandar esto y lo otro para intentar ocultar que ella misma estaba atada a aceptar ordenes ajenas.
Se fumaba una cajetilla de cigarros franceses cerca de la riviera mientras el arreglaba los desperfectos de la casa.
Se podía culpar al viejo de indeseable pero nunca de tener mal gusto.
Sabia captar la belleza y volcarla en los lienzos justo cuando esta resurgía como una flor que estallara en primavera.
Con el paso del tiempo descubrió que ella ya sabia que la observaba y que eso le agradaba sumamente.
Pero seguía sin dirigirle la palabra.
Aquella chica sabia que el papel que le había tocado representar debido a su belleza era el de ser una musa perpetua.
Y incluso le sorprendió su cinismo al aceptar su destino de manera tan súbita.
Pero una noche un sollozo ahogado lo despertó del sueño.
Había ocupado aquella habitación con el pretexto de arreglar algunos desperfectos de la cocina por lo que no le fue muy difícil acercarse a la que ocupaba la muchacha.
Estaba tendida sobre la cama sollozando.
La pintura con la que intentaba esconder sus ojeras se había corrido y tenia un aspecto deprimente.
Ella lo descubrió justo cuando se iba a marchar y lo invito a un cigarrillo.
Era la primera vez que se dirigía a el y por eso intento atesorar cada segundo como un regalo valioso.
-No es nada atractivo que una mujer fume tanto y tan seguido.
-Te equivocas. Una mujer que acepta su destino y se enfrenta a el, es una mujer que posee un atractivo especial y único.
-No veo ningún atractivo en la autodestrucción.
-Te equivocas querido-dijo echando la ceniza en un vaso- la autodestrucción es la figura que da sentido al amor y la belleza.
Recordaría aquella sonrisa siempre. Era una de esas pocas sonrisas que te hacen darte cuenta de que serias capaz de lograr cualquier cosa que te propusieras. Una de esas sonrisas que marcaban un antes y un después en la vida de una persona.
En ese momento se dio cuenta de que estaba enamorado.
-¿Pero que pasa chico?. ¿Porque me miras así?, no me digas que te has enamorado.
-El amor es absurdo-dijo mirando al vació.
Es como este cigarrillo. Te hace creer que eres capaz de cualquier cosa pero en el fondo lo único que consigues es consumirte. Te vuelves un adicto. Sabes que si prolongas tu adicción solo te traerás desgracias, pesar, ansiedad. Pero cada vez que lo consigues, cada vez que te acercas a lo amado todo cobra sentido. Las caladas y los besos no son tan diferentes. En el fondo te hacen sentir vivo.
Y dicho esto, se quito la ropa y apago la luz.
Ahora estaban ambos a oscuras.
Y poco a poco la habitación se fue llenando de humo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Buenos dibujos que se suceden en los trazos de personajes y realidades en éste particular universo.
ResponderEliminarAunque en lo personal el cigarrillo me parezca producto de un engaño de la mente aliada con el cuerpo y que nos lleva a autodestrucción innecesaria. Ya la naturaleza se encargará de dar fin al ciclo de cada vida.