martes, 9 de julio de 2013

Cuando tenia once años







Su padre la recogió de la escuela y la llevo a casa.
Lo que vieron en el camino la dejo tan rota que tuvo que sostenerse en el para poder llegar a su hogar.
Por el camino se habían encontrado con un grupo de hombres que lapidaban a una mujer, a su vecina, la habían sentenciado por ser adultera.
Lo que vio la dejo tan descolocada que no quiso hablar con su madre como solía hacer cada vez que llegaba de la escuela. Tomo rápido su comida y permaneció encerrada en su cuarto todo el día.
Por la noche su padre toco débilmente el pomo de la puerta y entro en el cuarto.
-Sarabia-dijo, aunque tu no lo entiendas, lo que has visto hoy tiene un sentido supremo que algun día podrás llegar a comprender de un modo completo.
La penetro por completo con sus ojos color chocolate y en ellos advertio una aprehensión de algo que solo vio una vez mas en su vida al cumplir dieciocho años. En su iris había dibujada una entereza que se resquebrajaba en mil pedazos y luchaba por salir a flote de una tormenta que no había propiciado.
-Las convicciones para algunas personas lo son todo. Vivimos por ellas y también debemos morir por ellas. Dios tiene un plan trazado para cada uno y aunque a veces nos parezca cruel e injusto solo somos peones en su tablón de ajedrez y debemos ajustarnos y cumplir sus ordenes.
Nunca le contó aquello a su madre pero cuando paso un mes decidió llevarsela a Londres con ella.
Ocurrió en un viaje que ambos hicieron para visitar a sus abuelos. Con una serie de excusas y mentiras bien logradas consiguió engañar a su esposo diciéndole que la niña pasaría una temporada en casa de sus abuelos  y que después irían a recogerla.
Aquello nunca llego a ocurrir porque al año siguiente su padre perdió la vida en una revuelta pero tampoco volvió a ver a su madre que quedo retenida en aquel país lejano, convertida en una mártir de la guerra y que se había quedado embarazada de otro niño.
Así paso de las oraciones en la mezquita a las visitas a la iglesia evangélica.
Había cambiado el escenario pero el mismo dios mezquino y cruel seguía siendo el único protagonista.
Le costo mucho adaptarse a aquel ambiente nuevo y contrario a todo lo que le habían inculcado durante toda su vida pero cuando paso un año se había adaptado a la perfección.
Todo cambio cuando conoció a Allison y se abrieron ante sus ojos una serie de nuevas y refrescantes expectativas.
Allison era la hija rebelde e inconformista del pastor de la iglesia. Con ella aprendió a fumar, a escuchar música grunge y a beber ginebra  y visitar garitos a escondidas por la noche.
Ambas tenían un carnet falso con el que podían acceder a todo tipo de cosas, con un nombre falso que al final acabo dándoles mas libertad que el verdadero.
Para el cumpleaños de Allison habían planeado viajar a Toronto y quedarse allí a vivir.
Llevaban meses haciendo planes y si no hubiera sido por Allison no habría podido evitar derrumbarse pero tras unos años paso a convertirse en la persona mas importante de su vida.
Todo ocurrió muy precipitadamente.
El día del viaje Allison se presento en casa muy pronto. Tenia ojeras y en sus ojos había una mirada a la que ya estaba acostumbrada.
Era la mirada de su padre la ultima noche que hablaron sobre ideales, era la mirada de aquellos hombres que empuñaban pedruscos en sus manos y los arrojaban a un cuerpo maltrecho, la mirada de su madre el día que se despidieron en la estación, la de sus abuelos cuando la acompañaban a la iglesia cada tarde.
En aquella mirada se decía mucho, se expresaba mucho, había una ingente cantidad de silencio que retenida  en manos equivocadas podía explotar como una bomba de relojería.
Tardo media hora en explicarse con voz entrecortada y suspiros instantáneos que luchaban por llenar el aire con algo mas sincero que las palabras.
Su tía Gertrude había enfermado y debía ir a visitarla a Nueva Zelanda. Pospondrían el viaje para cuando pasaran unos meses y fuera el cumpleaños de Sarabia.
Por mas sonriente y divertida que intento estar sabia que aquel día seria la ultima vez que se verían.
Cuando pasaron dos años el padre de Allison le mando una carta.
Allison había muerto hacia unas semanas. Se habían tenido que marchar a Nueva Zelanda porque había creído conveniente que Allison pasara sus últimos días con toda su familia, alejada de la ciudad y de sus peligros.
La propia Allison había decidido que no quería tratar su cáncer. En los últimos momentos había decidido consagrarse a dios pura y limpia sin ningún medicamento que contaminara su cuerpo.
Quiso engañarse y pensar que todo era parte de un engaño mayor. Que Allison en realidad se había fugado con un tipo y que se había quedado preñada y se habían fugado a las vegas pero sabia que era mentira, Allison se lo contó todo aquel día, aunque no usara las palabras.
El miedo a la muerte es el peor miedo.
El es el que nos acerca o nos aleja de esos dioses a los cuales aprendemos a temer.
El miedo a la muerte esta ligado al miedo a explicar el sinsentido, lo efímero de la vida, lo inexplicable de lo que nos rodea.
La mirada de Allison contenía el mismo miedo que la de su padre, que la de aquellos hombres que se sometían a un dios despótico aun sabiendo que no tenia razón.
Era el miedo a un dios mucho mas poderoso que cualquiera de los que conocían.
La muerte era el único dios y ella siempre lo había sabido porque se había criado con ella.


Cuando le contó a su abuela que Allison había muerto esta la acuno entre sus brazos y le dijo:
-Cariño, murió en paz. Las convicciones para algunas personas son lo que mas importa.
-No-contesto ella- Lo que mas importa es la vida
Como vivirla y como perderla.

Siempre.



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