sábado, 3 de octubre de 2015

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Me gusta Fellini. Consiguió hacerme llorar y a la vez dibujarme una sonrisa con Las noches de Cabiria, me hizo sentir compasión por una bestia ruda y dura como Zampano en la Strada, me cautivo con la Roma de La dolce vita y con la elección final del protagonista que ciego y sordo tambien ha sido atrapado en unas redes de las que no escapa mas por comodidad que por riesgo.
Los inútiles tal vez me han transmitido una mezcla de sentimientos contradictorios que componen todas sus películas: ternura, crueldad, tragedia, esperanza, dolor, desolación, comedia.
Tan agridulce como la vida misma.
Tan cercano como cualquier rincón de nuestras vidas.
Para mi la vida, las personas y todo el que aspire a hacer arte debería tener esto en cuenta.
Contraponer emociones tan distintas, mezclarlas en un cóctel que puede dejar mal sabor de boca y arriesgarse a exponerlas a cualquier comensal aunque puedan ser fatídicas para su paladar.
Ver a Fellini es como sentir un dolor agudo, profundo, inexplicable. Un dolor que siempre ha existido y existirá siempre en el ser humano. Pero ligado a ese dolor va unido un sentimiento de calidez, de ternura, dulzura y de redención. Un sentimiento plagado de esperanzas, de nuevas promesas, de ilusión. De trenes que parten hacia algún nuevo lugar donde recomponer los pedazos de toda una existencia. De trenes que van hacia alguna parte.
Como un mago que saca un truco inesperado de debajo de su manga y te deja completamente boquiabierto planteándote que la parte de la realidad que ves solo es la parte que tu cerebro ha condicionado y ha impuesto a tus sentidos.
Esto no es cine. Esto es vida, es realidad.
Esto son películas dignas de verse una y otra vez. Porque cada vez que las visualices obtendrás una sensación diferente, porque es cine que crece conforme tu vas creciendo, porque vive su vida contigo y en cada toma te aporta una idea distinta mas fructífera que la anterior.
Si la mitad de los directores actuales aspiraran a crear algo tan fresco, tan personal y único.
No, ya no quedan tantos directores como Fellini.
Ahora buscan atraernos con luces de neón de un colorido bonito que nos parecen llevarnos a algún lugar en mitad de la noche pero cuyo efecto se desploma de madrugada dejándonos tan vacíos y huecos como estábamos antes, sin habernos transmitido nada.
Ya no se hace tanto cine con sentimiento, impera la fría razón de las cifras.
Pero siempre nos quedaran joyas como estas que nos desgarren y a la vez nos recompongan.
Que nos hagan respirar el arte en estado puro.
Impregnarnos de su verdadera esencia.
Sentirnos tambien artistas.
Artistas de la vida. Artistas de toda una existencia.

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