domingo, 25 de octubre de 2015

Mujeres






Ser una mujer es un estigma que antes o después deja huella.
A veces comienza con un desconocido saliendo de casa ante la atenta mirada de los vecinos que culpan lo que sin embargo están hartos de ver y de comprender por parte del sexo contrario.
Otras veces es una simple conversación subida de tono o trascendental la que sirve para activar la alarma.
Es curioso como el sonido de una risa o un silencio puede desencadenar tanto movimiento ajeno, desatar el torrente incesante de palabras que colisionan con un simple momento.
Puta, guarra, zorra, cerda, roba novios, asquerosa, buscona, ramera, deslenguada, sucia.
En ciertas ocasiones no hace falta ni eso.
Bastan un simple roce, una sonrisa involuntaria, una mirada esquiva. El tamaño de la falda o el vestido que son mas cortos de lo habitual como si alguien hubiera definido un patrón. El delineador de pestañas y el pintalabios que son mas llamativos de lo común.
Se lo ha buscado, se lo merecía, lleva mucho tiempo así, entro buscando guerra. Cuando una mujer hace eso debe atenerse a las consecuencias.
El viola, el mata, el condena, el reprime, el juzga.
¿El?
El ha crecido amparado por una paternidad postiza que oculta la verdadera. La verdadera esta escondida tras el velo nocturno de un televisor que adoctrina las conciencias mas adormecidas, las mas débiles, las mayoritarias.
El es ella. El es todos.
La sociedad viola, la sociedad mata, la sociedad condena, reprime y juzga.
La sociedad somos todos. La sociedad machista cada día esta matando mas mujeres.
¿Su delito?
Su delito ha sido nacer. Su delito viene marcado con una herida que siempre sangra. Que delimita cada momento de la existencia, que predetermina lo que esta por acontecer.
Es una herida tan propia y tan singular que nadie mas puede verla.
Que permanece oculta ante las miradas mas atentas. Esas que dicen ver mas allá de lo aparente.
Pocos sentimos esa herida, a pocos nos duele.
Aunque nos digan que aparece a los once o doce años con eso que se llama pubertad.
Esa herida es hereditaria, comienza con el primer llanto de un neonato que no sabe donde se ha metido. Esa es su primera manifestación.
Nos la ha impuesto dios. Ellos, ellos.
Los que tendrían que ampararnos y que protegidos por el velo de la duda juegan a condenar lo que no comprenden.
La biblia con su estúpido juego de la manzana, con esa serpiente que satisface a la vez que aleja del paraíso eterno.
Los ojos de una persona pueden decir muchas cosas.
Pueden expresar soledad, terror, miedo , insatisfacción, felicidad, esperanza, ternura.
Pero hemos dejado de mirar a la gente a los ojos para ver la verdad que esconden sus parpados.
Preferimos el contenido prefabricado de un noticiario.
Algo envasado de su miseria que nos permita creer conocerlos y a la vez nos venda una falsa sensación de seguridad y confort que nos ayude a superar los pequeños desajustes de nuestra vida.
Sangre, tenemos mucha sangre de esos cuerpos en nuestras manos pero la luz no es la adecuada para verlos.


Ser mujer es soportar una carga descomunal. Algo que no se puede expresar con palabra ni tampoco fragmentar con el verbo. Ser mujer es llevar sobre la espalda una pesada columna que es el doble del cuerpo. Algo que esta hecho para quebrarte por mucho que te empeñes en seguir avanzando. Y tienes que soportar cada día de tu existencia manteniendo un peso que te hace frágil y ridícula y encima sonreír y dar las gracias muchas veces. Es el peso de la perfección, de la normalidad y de la costumbre.
Un peso que nos parte en dos la columna, que nos hace menudas y débiles, que nos deja sin respiración.
Muchas dan cursos de natación.
Intentan soportar el embiste de las olas, dotar a sus columnas de la fuerza necesaria para resistir tanto peso.
Aprender a nadar a contracorriente porque a veces es la única forma de nadar.
Jugárselo todo en un largo porque a veces es un paso el que determina el devenir de una vida.



Pero no pueden. Se ahogan, se ahogan cuando llegan a la mitad.
Y los que de forma altruista han tendido la mano la esconden porque no pueden soportar el claroscuro original de una belleza real.
Porque la palabra humillación y verguenza aun sigue siendo un perfecto pretexto para ampararnos en lo usual y no descubrirnos como verdaderas bestias.






Lo están intentando, verdaderamente lo están intentando.
Pero es un peso demasiado grande.






Es un peso que queramos o no imponemos todos.




Y las estamos matando. Estamos robando sus segundas oportunidades, haciéndolas sentir verguenza y miseria por el mero hecho de haber nacido mujeres.



Escondiéndolas bajo la figura de una costilla sin la cual siguen sin ser  nadie ni nada por mucho que destruya y arme el tiempo .
Por mucho que avancemos.

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