viernes, 13 de abril de 2012
Elegia bien en el carmin con el que se
pintaba los labios.
Ponía todo su empeño en dar una pincelada de color a su mustio rostro.
Y sonreía al espejo con una de aquellas sonrisas baratas que guardaba en el cajón y hacia mucho que no usaba.
Le gustaba guardar aquellas sonrisas en el cajón y solo se las ponía para ocasiones especiales.
Mientras otras elegían un bolso que pegara con el vestido ella elegía una sonrisa o una lagrima que pegaran con su estado de animo.
Si.
También guardaba lagrimas en aquellos cajones.
Lagrimas de desespero y ansiedad que desprendían reflejos transparentes.
Le gustaba seleccionarlas con sumo cuidado o cautela.
Pasaba horas decidiendo cual ponerse.
Recordaba una época donde no necesitaba cajones para guardar sonrisas y lagrimas.
Una época donde creía que la felicidad y el sufrimiento no tenían valor alguno.
Pero el tiempo habia moldeado cada uno de sus pensamientos y su recelo había hechado raíces.
Llevaba mucho tiempo sin preocuparse de con que vestir su cuerpo.
Le daba lo mismo salir a la calle desnuda.
La desnudez no la avergonzaba.
Había gente que la reprendía por entregar esa vista suya a cualquiera.
Cuando se colocaba desnuda y fingiendo muecas delante de aquel espejo y las ventanas abiertas ofrecían la visión de su inmaculado cuerpo.
Le traían sin cuidado esas observaciones.
Sabia que dolía lo mismo entregar el cuerpo que entregar una sonrisa o una lagrima innecesaria.
Porque en esta vida solo tenemos tres o cuatro sonrisas verdaderas.
Y unas cuantas lagrimas que deben verterse sobre la piel indicada.
Porque ninguna de las prendas de vestir de los cajones valía la mitad de una de aquellas entregas de afecto y sinceridad desmedidos
Podía salir a la calle mostrando su desnudez y tumbarse sobre la hierba recién mojada mientras las nubes y el azul del cielo la hacían resplandecer con una luz especial que incitaba a los insectos a trepar por sus brazos buscando un leve reflejo del sol.
Le gustaba sentir esa calidez de la luz del sol fundiéndose en su piel.
Porque sabia que por mucho que treparan aquellas hormigas buscando un rayo de sol por la noche se verían perdidas y en su confusión huirían a buscar otro cuerpo celeste.
La luz del sol se evaporaba tan fácilmente como la tersura de su frente que lisa y serena un día se llenaría de arrugas o la agilidad de sus largas piernas que un día se atrofiarían.
Por eso hacia tiempo que le había dejado de importar caminar desnuda.
Porque sabia que no había prenda que cubriera la desnudez pues la desnudez ya estaba cubierta de un sutil velo que cada día moldeaba su cuerpo y lo colocaba en otras forma.
Sin embargo aquella colección suya de sonrisas y lagrimas cada día escaseaba mas.
Se había colocado en medio del metro con aquel baúl repleto de las ultimas.
Veía pasar extraños continuamente que se acercaban a ella y la tomaban de la mano con sonrisas frágiles y versos difíciles.
Pero solo le preguntaban la hora o hablaban del tiempo.O se apretujaban a su lado buscando calor en un duro día de invierno.
Mas luego marchaban hacia su ruta sin recordar apenas un segundo de aquel estrambotico día.
Pisaban las sonrisas que se le escapaban de los labios y se bañaban con las lagrimas que se le caían de las pestañas.
Sabia que cuando aquel baúl estuviera vació la vida ya no valdría la pena.
Y mas valdría morir.
Por eso se pasaba horas en el espejo y cuando no tenia con que esconder sus carecías o excesos llenaba sus labios de carmín y su piel de colorete.
Pero no le importaba.
Sabia que en cada una de las sombrías y tenues habitaciones de aquel lugar se representaba el mismo episodio.
Pero ella perdía mas tiempo mirándose al espejo que nadie.
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