jueves, 22 de noviembre de 2012

El día de su decimoséptimo cumpleaños



Antes de bajar a encender las velas y a recibir felicitaciones de familiares y amigos quiso retocarse un poco el peinado.
Se miro en el espejo y descubrió que estaba sangrando.
El pánico se cebo con ella y por mas que intento explicarse el origen de aquellas heridas no tenia ni un solo recuerdo del dolor que debía haberle producido hacérselas ni de el motivo por el cual ocupaban su cara que anoche era inmaculada y apacible.
Quiso esconderse el rostro con un pañuelo pero comprendió que seria inútil.
Debía bajar al salón que ya estaría envuelto en el jolgorio y el bullicio del feliz acontecimiento.
Su madre habría decorado una de esas tartas enormes que hacia siempre que el cumpleaños de alguna de sus hijas se aproximaba y la sala estaría decorada sobriamente.
Pensaba llamar a la criada para que anunciara a los invitados que la fiesta se posponía pero seria tan cruel desbaratar todos aquellos planes que la idea se fue de su mente con la misma rapidez con la que vino.
Mientras pensaba que excusa poner para explicar el mal estado de su rostro descubría que su cuerpo vibraba de dolor cada vez que bajaba un escalón.
Algo la hacia tambalearse y no encontraba paz o calma posible para aparentar mas entereza.

Cuando llego al salón descubrió algo insólito.

 Aquel lugar estaba  completamente vació.

No estaban los músicos amenizando la velada con una de sus sinfonías  ni tampoco su madre sonriente y esplendorosa con un grupo de vecinos, sus amigos tampoco habían llegado todavía.

Todo era demasiado extraño.

Pero lo mas caótico de todo era que su mente estaba llena de recuerdos que no le pertenecían.
Ocurrió de repente, sin previo aviso.
Callo al suelo y se retorció de dolor mientras los recuerdos se acumulaban en su mente como los rostros de los desconocidos se amontonaban en un album que había dejado de pertenecer a un individuo concreto.
Quiso gritar que ella no era aquella mujer pero cuando intentaba formalizar su deseo en palabras le parecía estúpido intentar argumentar que no era la persona de la que estaban hechos todos sus recuerdos.

La casa lujosa, los vecinos sonrientes, la madre apacible, los amigos expectantes.
Todo le pareció un cuento, una imagen mental que había proyectado sobre si misma.
Alguna historia extraña que había leído en algun libro.



Los recuerdos anteriores desaparecieron y solo quedo aquel extraño desfile de desconocidos en su mente que la hacían sentirse una extraña en su propia morada.

De repente alguien toco la puerta.

Un rictus de pánico le atravesó la cara y comprendió que el siguiente paso seria decisivo.

Debía elegir entre dejar entrar en su vida a un completo desconocido o volver a aquel estado anterior que invadía su mente y que ahora solo le parecía una ensoñación.

Aunque con pavor fue aproximándose hasta el pomo y una vez abierto un extraño cortejo lleno la sala.

Las llorosas mujeres vestidas de negro imploraban a dios por robarles un cuerpo infantil y los hombres corpulentos portaban un féretro.
Bastaba elevar un poco la mirada para ver el rostro del difunto a través de la cubierta de cristal.
Aquella desconocida tenia su mismo rostro armónico y blanquecino.
No era otra sin duda , incluso parecía tener el nombre que ella siempre había querido poseer.

Pensó que era un simple fantasma y se quedo un rato perpleja observando aquel cadáver hasta que unos ruidos en las escaleras la despertaron y todo el cortejo fúnebre miro hacia aquel rincón.

Gloriosa y reluciente una muchacha con su mismo rostro y cuerpo bajaba las escaleras mientras todos la miraban reír embelesados.

Era como si su mente se hubiera quebrado y los pedazos se le estuvieran incrustando en los pies.

Se sentó en una butaca para intentar calmarse y observo que una mano se entrelazaba con la suya.


El.


El hombre que había observado en primer lugar al abrir la puerta se dirigió a ella:


-Estés donde estés, siempre sabre encontrarte. Siempre sabre quien eres.


Una mirada de ardor prendió en sus mejillas y la observo totalmente anonadado.

Hubiera querido preguntarle quienes eran aquellas muchachas que tanto se le asemejaban.
La que estaba postrada en aquel féretro y era despedida por amigos y la que ocupaba el lugar central de una celebración pomposa y excéntrica.

Pero callo y retuvo su mano con la suya con recelo.


Pensando que tal vez lo extraño fuera aquello.

Que lo erróneo fuera conocer, conocerse.

Y que lo único verdadero fuera creer que todas aquellas posibles vidas podían morar en un mismo cuerpo.

Pero siempre le había resultado deprimente encontrar errores en los cuentos y historietas en los que siempre había creído.


Porque la propia cordura consistía en creer en la  locura de lo individual por si mismo.

Porque tal vez ser real se basara en admitir que lo individual existía tan solo por una unión de lo colectivo.




Pero admitir aquello le parecía demasiado terrible.

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