lunes, 6 de octubre de 2014

Mis dosis diarias.

Me he inyectado tanta indiferencia en las venas que me parece increíble que a veces tenga en los ojos algo mas que niebla y rabia.
Porque cuando la bondad te hace caminar a ciegas el caer al abismo solo te deja un golpe de rabia seca pegaba en el alma como un estigma perpetuo.
A veces he pensado en cambiar. Ser una persona peor. Ser alguien al que las desilusiones y las decepciones ya no le afecten, alguien a quien solo le llene lo peor de los demás.
El mundo no roba al que no tiene nada que ofrecer.
Pero por mucha indiferencia que me inyecte siempre intento que la niebla se aleje de mi cuando paso el mono. Y lucho y lucho contra ello.
Eso ahí que reconocerlo, soy una reincidente pero he intentado mil veces poder llegar a un nuevo  mañana sin la ansiedad dibujandome pesadillas en el iris.
Eso ahí que tenerlo en cuenta aunque todas las promesas de cambio que hago frente al espejo sean una mentira.
Aunque yo también sea una mentira muy elaborada.
He intentado curarme de esta terrible adicción que me hace volverme fría y dañina solo para seguir un día mas con vida.
Pero nunca consigo alejarla del todo de mi. Alejarme de ella.
Y acabo recayendo.
En cualquier rincón, en cualquier brazos, en cualquier rostro que me asegure arrojarme de nuevo al vació de los días, a la falta de existencia.
Porque mi vida ha sido todo andar en perpendicular, pero no seria nada ni nadie sin todas mis caídas.
Y eso es lo único que me impulsa a seguir cayendo.
Aunque mis brazos estén hechos de la misma carcoma que mi corazón.
Aunque cada dosis sea morirme un poco mas por dentro.

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