sábado, 28 de mayo de 2016
Veneno que son labios que te llenan de hiel los labios.
Palabras que son cuchillo que rompe contra la carne cuando no tiene mas que silencio acumulado en las entrañas.
Ven si quieres y siéntate a mi lado.
Lléname un poco mas de nada.
Trepa rápido por mis pestañas.
Ahí un camino trazado que hace que bailes para siempre bajo las luces de neón que fabrica a veces mi mirada.
Mueve tus caderas al compás de mi palpitar. Deja que mi cuerpo sea esa pista de baile donde te olvides que existir tiene fecha limite, donde cada paso sea un entrechocar de ilusiones que buscan hacerse mas libres. Creerse mas fuertes. Ser reinas de un lugar donde cada cosa encaja.
Duerme sin miedo bajo la sombra de este árbol que son mis brazos cuando tratan de alcanzar la existencia y volverla un poco mas dulce con unas gotas de sudor envasadas.
Podríamos ser tu y yo.
Podríamos gobernar el mundo si a ti no te temblaran las manos y mis piernas no estuvieran tan cansadas.
Podríamos soñarnos en esos silencios donde a veces existimos así sin mas.
De manera descompasada.
Podríamos coincidir.
Por una vez y para siempre.
En un segundo que multiplicara el infinito y nos fotocopiara en ese álbum de recuerdos que sin duda sera el mañana.
Luchar es una declaración de amor
Me gusta la gente que entra sin tocar la puerta.
Que no se conforma con un cartel de cerrado.
Que rompe barreras, alambradas y murallas.
Que vuela los cerrojos mas fuertes con dinamita y se deja en cada trozo de hierro con el que colisiona una parte del alma . Algo que nunca volverá a recuperar por mucho que se esfuerce en torcer la partida.
Me gustan los que juegan a todo o nada.
Los que se acuestan con la muerte solo por ver con mas claridad la luz del sol cada mañana.
Los malabaristas de la vida que encuentran placer en sostenerse sobre el aire en montañas de ilusiones cargadas de oxigeno que no son mas que mentiras bien artificadas.
Los que vuelven lo solido un liquido donde disolver todo lo que parece seguro y firme.
Me gustan los que te dan las gracias por existir sin conocerte, los que escriben mensajes de amor en las calzadas. Los que se desnudan en los versos sin temor a las cuchilladas.
Los que luchan cada día por pintar el mundo de otro color que haga menos daño a la vista y cause un menor impacto en el alma.
Esos que tienen ojos que son océanos donde te puedes sumergir sin miedo a ahogarte. Paraísos de lluvia donde encuentras tesoros que te llenan, donde cada gota de agua te seca y arrastra toda el agua que contienes.
Territorios inaccesibles para la mente humana que son noches donde puedes seguir esa luz que te lleve de vuelta a casa.
Hemos venido al mundo para encontrar en la mirada del otro esa chispa que ilumina nuestro rostro y hace que se nos inflame el alma.
Ese huracán que nos devora por dentro y remueve nuestras entrañas.
Haciendo que los perros ladren con el ruido de las cadenas partiéndose en mil pedazos.
Liberándolos de sus formas de existir prefabricadas.
Que no se conforma con un cartel de cerrado.
Que rompe barreras, alambradas y murallas.
Que vuela los cerrojos mas fuertes con dinamita y se deja en cada trozo de hierro con el que colisiona una parte del alma . Algo que nunca volverá a recuperar por mucho que se esfuerce en torcer la partida.
Me gustan los que juegan a todo o nada.
Los que se acuestan con la muerte solo por ver con mas claridad la luz del sol cada mañana.
Los malabaristas de la vida que encuentran placer en sostenerse sobre el aire en montañas de ilusiones cargadas de oxigeno que no son mas que mentiras bien artificadas.
Los que vuelven lo solido un liquido donde disolver todo lo que parece seguro y firme.
Me gustan los que te dan las gracias por existir sin conocerte, los que escriben mensajes de amor en las calzadas. Los que se desnudan en los versos sin temor a las cuchilladas.
Los que luchan cada día por pintar el mundo de otro color que haga menos daño a la vista y cause un menor impacto en el alma.
Esos que tienen ojos que son océanos donde te puedes sumergir sin miedo a ahogarte. Paraísos de lluvia donde encuentras tesoros que te llenan, donde cada gota de agua te seca y arrastra toda el agua que contienes.
Territorios inaccesibles para la mente humana que son noches donde puedes seguir esa luz que te lleve de vuelta a casa.
Hemos venido al mundo para encontrar en la mirada del otro esa chispa que ilumina nuestro rostro y hace que se nos inflame el alma.
Ese huracán que nos devora por dentro y remueve nuestras entrañas.
Haciendo que los perros ladren con el ruido de las cadenas partiéndose en mil pedazos.
Liberándolos de sus formas de existir prefabricadas.
sábado, 7 de mayo de 2016
Descompasado
Deshojaba las silabas como si fueran pétalos y depositar algunas en su lengua era un ejercicio de equilibrismo que obligaba a veces a traspasar las espinas que escondían.
Nadie podía darse cuenta de lo mucho que le costaba elegir entre todas ellas la palabra exacta, la única, la verdadera.
Y darle fuerza y coraje. Armarla de valentía a pesar de que pudiera agonizar en su boca. Pudrirse y echar raíces en el interior.
Cada una de aquellas palabras que callaba y cogía impulso cuando una mirada la refrescaba con su calor era una palabra suicida. Expuesta a toda la indiferencia y la falta de interés del que no conoce el poder de resucitar de las letras.
Su poder de establecer vínculos y puentes entre las personas que pueden llegar a ser mas poderosos que la sangre.
Habia algo intimo en algunas conversaciones.
Hablar a veces era como desnudarse y dejar que el otro trazara con la yema de los dedos un mapa de los golpes y las caídas.
Mostrar las zonas vulnerables, las frágiles, las heridas.
Exponerse al bofetón, a la carcajada, a la deriva.
Y dejar al otro traspasar la tela, la piel, la carne. Cada capa, cada limite preestablecido. Dejar la piel en carne viva.
Deshojaba las silabas como si fueran pétalos. Y a veces ese ejercicio la dejaba exhausta, perpleja y derrotada.
Pero vivir era jugar con ese vértigo.
Ese era el precio que tenia que pagar por seguir estando viva.
Nadie podía darse cuenta de lo mucho que le costaba elegir entre todas ellas la palabra exacta, la única, la verdadera.
Y darle fuerza y coraje. Armarla de valentía a pesar de que pudiera agonizar en su boca. Pudrirse y echar raíces en el interior.
Cada una de aquellas palabras que callaba y cogía impulso cuando una mirada la refrescaba con su calor era una palabra suicida. Expuesta a toda la indiferencia y la falta de interés del que no conoce el poder de resucitar de las letras.
Su poder de establecer vínculos y puentes entre las personas que pueden llegar a ser mas poderosos que la sangre.
Habia algo intimo en algunas conversaciones.
Hablar a veces era como desnudarse y dejar que el otro trazara con la yema de los dedos un mapa de los golpes y las caídas.
Mostrar las zonas vulnerables, las frágiles, las heridas.
Exponerse al bofetón, a la carcajada, a la deriva.
Y dejar al otro traspasar la tela, la piel, la carne. Cada capa, cada limite preestablecido. Dejar la piel en carne viva.
Deshojaba las silabas como si fueran pétalos. Y a veces ese ejercicio la dejaba exhausta, perpleja y derrotada.
Pero vivir era jugar con ese vértigo.
Ese era el precio que tenia que pagar por seguir estando viva.
A medias
Era una de esas personas que siempre se visten a medias.
Nunca logro entender como a la gente le era tan fácil enfundarse en un traje hecho a medida y olvidarse del tacto y el olor de su propia piel.
A ella las etiquetas le dejaban una marca permanente. Un escozor, un sarpullido que hacia bullir la sangre en forma de tatuaje perpetuo.
Todo le quedaba grande o pequeño.
No estaba ajustada a ningún canon preestablecido.
No tenia medida ni patrón.
La piel se revolvía furiosa ante toda intromisión ajena que tuviera la intención de esconder lo de dentro, de tapar el interior.
Nunca logro entender del todo como sobrevivía y caminaba la gente. Como se vestía.
Por mas que se pusiera una y otra vez ese traje llamado vida siempre se le quedaba atascada la cremallera a la altura del corazón.
Aquella mordaza de hierro no era capaz de silenciar esa bandera hecha de carne, huesos y palpito.
No cerraba aquel túnel sangrante sin salida que solo revivía con besos y poesía, con pedazos de realidad sin plastificar que todavía no habían sido modificados . Maltratados hasta perder todo lo que los hacia bellos y extinguir toda su autenticidad.
Y cuanto mas se empeñaba el mundo en sedarlo, acallarlo y golpearlo mas fuerte se hacia.
Mas fuerte latía.
Nunca logro entender como a la gente le era tan fácil enfundarse en un traje hecho a medida y olvidarse del tacto y el olor de su propia piel.
A ella las etiquetas le dejaban una marca permanente. Un escozor, un sarpullido que hacia bullir la sangre en forma de tatuaje perpetuo.
Todo le quedaba grande o pequeño.
No estaba ajustada a ningún canon preestablecido.
No tenia medida ni patrón.
La piel se revolvía furiosa ante toda intromisión ajena que tuviera la intención de esconder lo de dentro, de tapar el interior.
Nunca logro entender del todo como sobrevivía y caminaba la gente. Como se vestía.
Por mas que se pusiera una y otra vez ese traje llamado vida siempre se le quedaba atascada la cremallera a la altura del corazón.
Aquella mordaza de hierro no era capaz de silenciar esa bandera hecha de carne, huesos y palpito.
No cerraba aquel túnel sangrante sin salida que solo revivía con besos y poesía, con pedazos de realidad sin plastificar que todavía no habían sido modificados . Maltratados hasta perder todo lo que los hacia bellos y extinguir toda su autenticidad.
Y cuanto mas se empeñaba el mundo en sedarlo, acallarlo y golpearlo mas fuerte se hacia.
Mas fuerte latía.
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