Era una de esas personas que siempre se visten a medias.
Nunca logro entender como a la gente le era tan fácil enfundarse en un traje hecho a medida y olvidarse del tacto y el olor de su propia piel.
A ella las etiquetas le dejaban una marca permanente. Un escozor, un sarpullido que hacia bullir la sangre en forma de tatuaje perpetuo.
Todo le quedaba grande o pequeño.
No estaba ajustada a ningún canon preestablecido.
No tenia medida ni patrón.
La piel se revolvía furiosa ante toda intromisión ajena que tuviera la intención de esconder lo de dentro, de tapar el interior.
Nunca logro entender del todo como sobrevivía y caminaba la gente. Como se vestía.
Por mas que se pusiera una y otra vez ese traje llamado vida siempre se le quedaba atascada la cremallera a la altura del corazón.
Aquella mordaza de hierro no era capaz de silenciar esa bandera hecha de carne, huesos y palpito.
No cerraba aquel túnel sangrante sin salida que solo revivía con besos y poesía, con pedazos de realidad sin plastificar que todavía no habían sido modificados . Maltratados hasta perder todo lo que los hacia bellos y extinguir toda su autenticidad.
Y cuanto mas se empeñaba el mundo en sedarlo, acallarlo y golpearlo mas fuerte se hacia.
Mas fuerte latía.
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