sábado, 9 de febrero de 2013

Dos estúpidas. La una para la otra.




Se habían reunido en torno a la mesita.
Giulette mostraba sonriente su anillo de compromiso mientras le contaba a Eugenia que Pietro le había encontrado un chico perfecto para una cena doble.
Había interceptado fugazmente las preguntas concernientes a su compromiso y las había evitado como un reo la cárcel.
Tan solo se había mostrado divertida enseñándole las fotos del ultimo verano que fueron a la costa Azul.
A Eugenia aquello le parecía banal, estúpido y una verdadera perdida de tiempo.


Recordaba cuando la vida era algo demasiado complejo como para ejemplarizarlo en una sola palabra.
Las conversaciones en torno al futon sobre los entresijos de la vida.
El como se vanagloriaban mentando la risa , el llanto o la desnudez ajena.
Las largas disputas sobre el significado del amor y el odio para acabar comprendiendo que ambos partían de la misma enrevesada raiz.
El porque del levantarse cada mañana, lo que hacia a uno impulsarse a andar, lo que insuflaba aire en sus pulmones.

La primavera de sus vidas había pasado y todo lo bello que se podían ofrecer se había escarchado hasta convertirse en algo banal que pudría todo lo que tocaba.

Las separaba una barrera enorme.


Cuando Giulette se marcho de la casa rompió en llanto.

Por un momento se había sentido tan feliz cuando vio una mueca en el rostro de su amiga.

Su tristeza fue su mayor triunfo.

Por un momento todas aquellas huidas intempestivas a la hora del almuerzo y la falta de afecto parecían algo glorioso con el simple y reticente hecho de compartir calor con alguien en la noche.


En el fondo todo aquel despliegue de felicidad era la mascara mas sensata de la tristeza.

Eran tan inestables los seres humanos. Tenían tanto miedo que para no encogerse sobre su propia sombra necesitaban cebarse de la flaqueza ajena.


Crueles, si.


En realidad por mucho que se llenaran la boca de decir que tenían la mente abierta la tenían tan cerrada que cuando observaban algo distinto a lo que poseían se encogían de miedo por el temor a no haber escogido la opción correcta.



No entendían que en el fondo ambas se asemejaban.

Que todos nos asemejabamos.


Que a lo que todos nos aterraba era no sentir calor en la noche por mas cercano que estuviera otro cuerpo.
La gelidez propia.
La inevitable e insoportable certeza de hallarse solo y desnudo ante el mundo.



Pero se había olvidado que esta certeza podía menguar con la palabra, con el afecto, con el cariño, el amor,la literatura, el sueño, la vida.

Y todo se había convertido en algo puramente estético.

La realidad, los sentimientos, las personas.

Simples objetos decorativos.



Aquella mañana Eugenia pensó en llamarla.

Quería citarla en una discoteca del centro solo por el hecho de que la otra no podría ir por una comida con sus padres.
Recordarle los lazos que la separaban de su mustia juventud  y recalcarle la falta de libertad de la que se había teñido su existencia.

Lo hizo.




Es indescriptible lo mucho que hacen dos seres humanos por el simple hecho de negar su miedo.


Envidia.


Tal vez el lazo que une y desune a dos personas.



La vida era demasiado mezquina hay debajo y las niñas habían olvidado que lo mas importante no era el dinero, el sexo o la fama.


Ahora necesitaban reafirmarse sobre esos preceptos ante cada desconocido, para creer que ellas que se habían rebelado sobre aquel sistema cruel, eran en realidad dos peones asustados que tenían miedo de contemplarse en el espejo por comprobar que no poseían la entereza que hacia tan poderosa a la otra.





1 comentario:

  1. Cuánta verdad. El ser humano es bastante ruin...
    Y esos miedos son tan jodidamente reales...

    Un beso.

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