domingo, 26 de mayo de 2013
Nadaba en un denso océano oscuro
que tomaba mi cuerpo y lo iluminaba con la luz de la luna como si fuera una hoja seca.
Lo que era solido parecía transparente y el reflejo de mi desnudez no era mas que el traje de domingo con el que algunos iban a la iglesia o se vestían de pecadores los sábados al anochecer.
Libertad era surcar como un naufrago aquel océano bravo sin saber que aquellas aguas y mi reflejo pálido no eran mas que la imagen que creabas de mi navegando sin rumbo sobre tus ojos.
Y intrépido era creer que no me ahogaba cada vez que un parpadeo furtivo amenazaba con hundir todas mis defensas y dejarme débil y vulnerable ante tus bases de guerra.
Pero la imagen que habías formulado con cada mirada no era mas que el destello de lo que eras.
Ambos estábamos atrapados en el iris de otro.
De alguien mucho mas pequeño, mucho mas grande.
Ambos eramos el reflejo de lo que queríamos proyectar sin poder materializarse completamente.
Vivíamos atrapados en un basto océano de miradas donde sucumbir a las feroces fauces del agua era lo mas fácil y lo único que se podía hacer era nadar, huir, creer llevar las riendas.
No sabíamos que siempre habrá alguien que observe cada paso, cada movimiento.
Como un chacal que va a cazar una presa, como un científico que elabora una tesis.
Somos el espejo donde otros se miran buscándose y donde nadie se encuentra.
Nadaba en un denso océano oscuro y no sabia que aquella libertad era la cárcel mas segura que rompía clichés y normas de la mañana para convertirlos en aproximaciones al anochecer.
Pero al anochecer todos creíamos crujir por dentro.
La superficie de las cosas se desdibujaba, se resquebrajaba.
Y lo único que quedaba era nadar sin limite.
Buscándote, buscándome.
Buscándonos hasta quebranos.
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