sábado, 1 de diciembre de 2012
Mientras el sol se colaba por la rendija de la ventana
recordaba con calma y placidez un momento exacto de su vida.
Era extraño como la memoria había rescatado aquel momento de repente en un día como aquel que tenia la catástrofe como enunciado.
Pero le gustaba evadirse en el mientras simulaba mirar hacia la persiana solo para evitar el contacto de los ojos de Annika que la observaban llorosos y llenos de dolor.
La culpabilidad la carcomía cada vez que le apretaba la mano.
Al fin y al cabo eran los que se quedaban los huéspedes perfectos de aquel dolor que ya se volvía extinto y marchito.
Había pensado en aquel día cada minuto de su vida pero ahora que lo vivía no parecía experimentar aquel terror sobrenatural y aquella nausea asfixiante que siempre había imaginado como propios.
Mas bien experimentaba una sensación de calma y placidez, de tremenda paz interior.
Como si su cuerpo y su mente fueran una esponja que hubiera sido cargada de sentimientos para luego estrujarse y poner a secar al sol.
No experimentaba sensación alguna.
Annika la miraba confusa, probablemente creía que había sufrido alguna alucinación.
Se solía decir con bastante frecuencia que las personas que experimentaban una situación similar sufrían todo tipo de alucinaciones antes de expirar.
Lo pensaba pero no lo materializaba con palabras.
Porque Annika siempre había sabido que lo que marca el inicio o el fin de una vida no lo producen las veces donde uno toma aire y respira sino las palabras y los silencios..
De repente algo insólito ocurrió.
No vino precedido de un frió glaciar ni tampoco de una sensación de pánico absoluta.
Su llegada se produjo sin mas inconveniente que el del que llama sin pedir permiso.
No sobrevino ninguna sorpresa en ella pues llevaba esperándolo desde que tenia uso de razón.
Si bien su relación se había basado en la indiferencia y el rechazo mutuo siempre había existido un tipo de curiosidad innata de la que ambas habían disfrutado.
Pero no fue hasta ese día en el que cayo en la cuenta de ello.
Lo supo cuando observo su semblante de cerca y recordó un momento preciso de su existencia que creía olvidado.
No contaba con mas de doce años cuando su abuelo murió.
Aquel hombre bonachón y sonriente que siempre le regalaba dulces y solía mostrarle dibujos de acuarelas de repente se había convertido en un cuerpo frió e inerte.
Ella fue la primera en descubrir su cuerpo en la sala de estar.
Acababa de llegar de clase y fue a recibirlo.
Quería entregarle un dibujo que llevaba haciendo semanas y que había terminado en el colegio.
Al entrar no noto nada raro. Su abuelo estaba sentado como siempre en la gran butaca mirando hacia el suelo.
Sin embargo había algo extravió en su mirada. Un pequeño detalle que la inquietaba. Se acerco a el para enseñarle su gran obra pero cuando lo toco y chillo en su oído no obtuvo respuesta.
No le hizo falta permanecer mas tiempo a su lado.
Se marcho a su cuarto y se encerró sin decir nada a nadie.
Entonces la vio por primera vez.
Huidiza y siniestra acababa de abastecerse de la carne de su victima y ahora buscaba algo que no podia obtener, el espíritu.
Supo que la observaba pero decidió armarse de valor y comenzó a desnudarse.
Se quito prenda por prenda con seguridad y sin el menor signo de pudor.
Quería que contemplara aquel cuerpo joven y cargado de calor y sintiera un dolor inmenso.
Quería que sufriera por no poder poseer el control de algo tan frágil y vulnerable.
Pero su maquinal actitud fue algo que no comprendió en aquel momento en el que no podía mas que envolverse entre las sabanas y llorar a lagrima viva.
Aquel día sin embargo se volvían a encontrar.
Ella se mostraba fría e inalterable como siempre. Apenas había cambiado. Todo en su ser continuaba siendo estéril y falso. Ni siquiera la intensidad que robaba la hacia portar ese halo de vigor que otros presentaban solo con una mirada.
A pesar de los años no se había vuelto majestuosa o imponente.
Ella, la mas temida de cada narración infantil. La que llenaba a los niños de miedo y les provocaba el llanto al nacer ahora se cernía como un simple parásito y lo efímero de su cuerpo se revelaba como su guarida.
La tomo de la mano y supo que por mas que tomara aquel cuerpo nunca habría vencido.
Debía ser un duro revés no verla llorar, implorar u orinarse encima.
Pero hacia tiempo que había dejado de temerle.
Aquel cuerpo había muerto y renacido miles de veces.
Lo que se llevaba solo era la cascara, el material del que creyó estar hecha un día.
Lo mas importante ya había perecido.
Por eso sonrió cuando su mano hecha de humo envolvió la suya para tomar por fin cuerpo.
Porque ella lo tenia todo mientras la otra carecía de complejidad.
Porque mientras la vida la había convertido en el personaje central que desarrollaba una obra, a la otra solo le había sido encargado subir o bajar el telón.
Sin pasión, sin fuerza, sin rabia.
Sin aplauso final.
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