martes, 9 de octubre de 2012
La despertaron al alba
y la vistieron con aquel vestido rojo.
Tenia el miedo clavado en la mirada y el nerviosismo se cobijaba bajo sus sienes como una termita se acomoda en un sillón viejo.
Le quitaron los zapatos y la hicieron andar.
El suelo estaba lleno de inmundicia y desechos.
Los que habían cruzado aquel sendero habían dejado una parte de su desidia germinando en la tierra.
Las piedras afiladas y los pinchos del camino le dejaban los pies doloridos.
Pero daba igual porque cuando había dado cinco pasos acostumbrada a esa árida y seca vegetación de repente aparecía un terreno lleno de belleza y la contemplación de aquel nuevo paisaje la llenaba de esperanza.
Por el camino llevaba una maleta con todas sus pertenencias.
Y debía arrojar una al suelo para recobrar la agilidad de sus pies.
Ese era el trato que había hecho con la muerte para poder disfrutar de la vida.
Uno solo podía avanzar dejando de lado los objetos que mas amaba.
Las muñecas que escucharon atentas y sonrientes sus cuentos infantiles ahora eran seres despedazados que miraban absortas el horizonte.
Se desprendió de juguetes y atlas.
De vestidos con ribetes y zapatos de talla infantil.
Poco a poco la perdida insustancial llego a ser mas inmensa.
Un día su pelo ceniza se rebelo contra el viento y abandono el trenzado que los delicados dedos de su madre habían plegado sobre su cabello.
Los objetos se convirtieron en algo insignificante y la perdida se esbozo realmente trágica.
Se perdieron calles que uno había creído reinar, cafés donde se había matado el tiempo para evitar que lo matara a uno.
Los rostros que mas se amaban fueron perdiendo su color y nitidez hasta convertirse en simples bustos sobre los que no se había trazado detalle alguno.
Mudaron las expresiones, las maneras y las poses...
El tiempo enfrió lo que tenia el poder de hacer palpitar el universo.
Las estrellas se le calleron a los pies y se fundieron con el sol.
El cosmos planeaba ser el único gobernante de sus pulgares.
Su piel la fue abandonando como abandona la serpiente sus mudas.
Ya no oía voces que la encaminaran a andar pero debía seguir haciéndolo.
La vida había impuesto sus reglas.
La única manera de avanzar era retroceder en lo ganado.
Pero cuando el mundo estallaba bajo sus mejillas se alegraba de no tener nada mas que sus pies como motor.
Porque el camino lo era todo.
La despertaron al alba y le dijeron que dejaría de ser una niña.
Se acuno con canciones infantiles hasta que el sol prendió su ventana.
La muerte tomo su pequeña mano y la estrecho en ese agujero negro que es el tacto de su piel.
Los ojos se le llenaron de lagrimas.
Pero fue ese roce el único que dio forma al gran amor que sentiría por la vida.
Solo estrujando la mano de aquella déspota que robaba lo mas preciado que tenia , era consciente de que los segundos, los minutos y las horas mas cruciales eran suyos.
Y ya no tenia miedo.
Y caminaba aunque hubiera trazado su propio sendero con los restos de lo que había creido ser.
Porque sabia que en eso.
En caminar...
En perder...
En ganar....
Que en eso y solo eso consistía la vida.
En rehacerse a uno mismo a partir de los cimientos una y otra vez.
Aun cuando creas que nada puede unir tantos fragmentos.
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