viernes, 10 de agosto de 2012

Calibre Zero






Hacia una semana que una familia de saharahuis se había mudado al vecindario.
Habían ocupado la casa de enfrente, entrando por una ventana de la fachada.
El ocupante anterior había sido un joven que a Aurelia le recordaba a sus nietos.
Era el único nieto de una mujer que estaba enferma del corazón y le había dejado el piso en herencia.
La mujer paso completamente sola en su casa cerca de cuatro años con la única compañía de una limpiadora . Sin embargo su nieto la llamaba cada día para preocuparse por el estado de su salud.
La única cosa que hacia tiempo le importaba de su abuela.
Hacia falta ser completamente estúpido para pensar que a aquel niñato le movía algo mas que la ambición  y el interés.
Pero su vecina estaba totalmente convencida de que su nieto la adoraba. Una alegría algo estúpida en la vida de alguien cuya dignidad se había reducido a ser lavada en una bañera y a ser alimentada con una cuchara como un infante.
Aurelia se habría cagado encima. Limpiar mierda día a día habría sido una satisfacción enorme para todos aquellos buitres.
Gastarse toda la herencia y cagarse encima hasta morir. Dejar ese regalo a sus vástagos.
Porque la ultima semana de vida la empleada le robo y su nieto acudió tras el entierro a ocupar la casa.
Un mojigato de cuarenta años que tenia dotes de poeta y formaba algunos recitales en su casa.
Era profesor de una universidad para jóvenes que estaban interesadas en escribir algún día.
Cualquiera habría dejado a su hija en manos de aquel cuarentón ridículo cuyo único propósito era seducir a sus alumnas con su inmensa pedantería y sus aires de hombre de mundo.

Aurelia lo veía en aquellas fiestas. Bebiendo hasta el amanecer y despidiendo a una jovencita por la mañana con algún soneto.
El muy estúpido se creía que tenia alma o al menos eso era lo que les decía a sus victimas para llevárselas a la cama.

El caso es que a parte de la casa su vecina dejo una gran hipoteca. El banco acabo embargando la casa y echando al joven.

Todos los vecinos se mostraron enfadados. Ahora que en el barrio había alguien que sabia enhebrar mas de dos frases seguidas no podrían decir a sus conocidos que vivían al lado de un poeta.

Una semana después la casa fue ocupada.

Una pareja saharahui tomo su punto de partida entre sus muros. Venían escapando de la miseria y el hambre. La mujer estaba embarazada y tenia otros dos hijos pequeños. Un niño bastante serio y una niña risueña que siempre la saludaba cuando pasaba por su casa.
El marido según le contaron era un individuo de la peor calaña.
Los vecinos estaban indignados. Quitarle la casa a un pobre joven para dejarla lista para ser ocupada por unos indigentes.
Aurelia tenia sus dudas pero un día olvido sus llaves dentro de casa y el hombre al que habían tachado de ser un depravado acudió en su ayuda y trepo por la ventana de la casa para abrirla desde dentro.
Aquella noche la invitaron a cenar.
Una sopa de ajo y un puré era lo único que podían ofrecerle pero aun así se mostraron dispuestos a hacerlo.
Tenían el lugar con lo poco que el propietario había dejado. Sus posesiones eran pocas.
Le contaron que habían ocupado la casa por el estado de la mujer. Las ayudas no llegaban y pasaban de centro en centro buscando un lugar para instalarse.
No podían seguir ese ritmo y al menos hasta que el niño naciera debían quedarse en un lugar de manera definitiva.
Ahmed que era el nombre del hombre estaba buscando trabajo incansablemente y había conseguido algo en el campo.

Aurelia salio de allí con otra impresión y desde ese primer momento se convirtió en la aferrima enemiga del resto de sus vecinos.

Ayudaba a Sara a ir al ginecólogo, se pasaba por la casa para cuidar a los niños y presentaba a gente importante a Ahmed.

Los vecinos no entendían el porque de esa ayuda incansable a aquellos rufianes.

Pero Aurelia no ceso en ayudarlos.

Tenia poco que hacer. Sus hijos no se interesaban por ella y sus nietos eran una cohorte de avispas que solo acudían a su casa para ver lo que podían sacar de allí.

Malditos hijos de puta.

Darles la vida para que te arranquen los ojos. Pero poco podía hacer. Era casi carne muerta.
Lo único que importaba era arrancarle lo mas valioso que podía tener. Su herencia.

Por eso la llegada de aquella familia la cambio. Se descubrió querida e incluso protegida por aquellos completos desconocidos.


Una noche la policía se presento en la casa. Querían hechar a sus vecinos. Alguien había llamado a la policía para informarle de la infracción.

Los vecinos bajaron a la calle por morbo escondiendo una risa demasiado frágil.

Todos observaban como Ahmed discutía sin parar con aquel civil.

Todos observaban como Sara sollozaba temblorosa.


De repente Aurelia se armo de valor y avanzo por la calle con una pistola.

Los policías y los vecinos comenzaron a reír jocosamente.

Era digno de ver a aquella anciana que no podía sostenerse sobre si misma empuñando aquel arma con aquella mirada fiera.

-Fuera o no respondo-dijo

Pero los policías la ignoraron.

El impacto de una bala resonó en el aire y el civil se toco tembloroso el brazo.

La puta vieja le había dado de lleno.


Aurelia fue rodeada al instante por montones de policías que le pedían que soltara el arma pero hicieron falta cuatro para hacer que parara de disparar.

La cosa termino con la anciana pasando un rato en la comisaria y la familia en la calle.

Quizá Aurelia había cometido una estupidez. Quizá había cambiado el rumbo de su vida.

Los vecinos lo recordaban con risa y el teniente cuando se entero no pudo sino convertirlo en una anécdota digna de contar a cualquiera.


Quien sabe.


Tal vez Aurelia se había convertido en el hazmerreir del barrio.

Pero algo estaba claro.



Si en este mundo se tuvieran los cojones que necesito esa vieja para coger el arma podríamos reírnos hasta perder la consciencia pero no nos volveríamos a lamentar tan a menudo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario