viernes, 17 de agosto de 2012

Leslie había perdido la cabeza




y caminaba encorvada mientras los arboles se retorcían violentos y soltaban bolas llenas de colores que la manchaban como si fuera un cuadro de Pollock.
Hacia semanas que no podía cerrar los ojos pero le fascinaba aquel panorama.
Al andar por el asfalto le costaba mantener la compostura y no hacer a una pierna tropezarse con la otra.
De camino a su entrevista varias personas le preguntaron si estaba bien pero cuando comenzaba  a hablar sus palabras comenzaban a desdibujarse de su mente y no recordaba lo que quería decir.
Leslie se había levantado con ganas de cometer un crimen y pensó en ello mientras observaba a los transeúntes y el cuchillo que llevaba anudado en el tobillo se balanceaba de un lado a otro .
Hubiera sido genial clavárselo a cualquiera y comprobar como la gente la miraba horrorizada.
Mañana los periódicos hablarían de las voces que oía, de su adicción a los psicotropicos y de lo mucho que le gustaba apuñalar a personas pensando que eran cerdos.
Puede que alguien descubriera la vacuna para el cáncer o que una vecina salvara a una niña de un incendio pero el horror tendría el poder de eclipsar todos los titulares y hacer olvidar a la población que el mundo puede ser a veces benevolente.
Sorprendentemente consiguió llegar a aquella sala , superando el nerviosismo inicial y la poca fuerza que habían adquirido sus pies.
Allí bajo un haz de luz estaba aquel hombre de sonrisa angelical mirándola de hito en hito como preguntándole que tal le había ido el fin de semana.
No lo miro. No pudo mirar aquella sonrisa y no sentir una nausea correr por su espalda.


Se limito a tomar asiento y a mirar hacia la ventana mientras la sala giraba hacia un lado y a otro y su interlocutor la miraba interrogante.

-¿Porque?. le pregunto , mientras pensaba en lo agradable y satisfactorio que seria clavarle el cuchillo una y otra vez en el pecho.

-¿Sabes?-matizo el, el año pasado fui con mi familia de vacaciones. Era increíble bajar a la playa y observar aquella despampanante puesta de sol. Pero era mucho mejor ver salir de los huevos a todas aquellas tortugas. Mis hijos lo observaban expectantes, maravillados del don de la vida hasta que las sombras de los pelícanos se cernían en el horizonte y comenzaban a picotear con fuerza a aquellos indefensos seres.
Entonces se tapaban los ojos pero yo se los abría de par en par para que pudieran contemplarlo mejor y les decía : Observad,esta es toda la grandeza que la vida puede ofrecernos.
Pase años buscando algo así en mi vida, hasta que finalmente lo encontré y hoy soy una persona mas satisfecha consigo misma.

Y dicho esto volvió a sonreír con aquella sonrisa suya punzante.


Henrick Miller había sido el hijo único de una familia católica practicante. Estudio derecho en la universidad y se matriculo con honores en un buffete de abogados muy prestigioso.
Se caso con una chica que había sido vecina suya toda su vida y tuvieron tres hijos que lo adoraban.
Cedía millones a una organización para la alfabetización de niños huérfanos  y había firmado un contrato para donar sus órganos cuando muriera.
Era el típico hombre que pregunta a su vecina el porque de esa cara compungida o esas ojeras.
Todos los que lo conocían lo adoraban y cualquier persona se habría sentido satisfecha con que permaneciera un solo minuto a su lado.

Leslie sin embargo le habría rebanado la sesera en un par de segundos.

Es mas, estuvo a punto de hacerlo pero el valor le flaqueo en el ultimo momento.

-¿Porque el?-susurro

-Porque era demasiado bueno para este mundo.

Y entonces sin previo aviso salio despavorida de aquella sala y no paro hasta llegar a su casa.

Cuando llego allí hizo la maleta y decidió internarse en aquel sanatorio mental.




Henrick Miller había sido un santo hasta que se descubrió el cadáver de un niño pequeño en su jardin.
Leslie perdió a su hermano Bill dos días antes de celebrar su quinto cumpleaños pero llevaba semanas siendo sometido a torturas en un desván.

Aquella misma noche después de enterrarlo, Henrick subió al cuarto de su mujer y le beso la frente.
A la mañana siguiente llevo a sus hijos a la escuela y mantuvo una animada conversación con la profesora.

Henrick Miller mantuvo la compostura hasta allí en aquella cárcel , soportando sin inmutarse su castigo.

Leslie lo sabia y si el mundo era un lugar donde Henrick Miller podía dormir apaciblemente, mas valía pasar el resto de sus días en un sanatorio.



1 comentario:

  1. Hay veces en que hasta un pequeño rincón del vagón de cola del acontecer puede ser demasiado céntrico. Un sanatorio... No está mal. Es eso ser cobarde? O otra forma de sobrevivir, mientras se espera, quizás, la regeneración de la concha.

    Interesante relato.

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